Argentina:

Basura

En medio de olores fétidos, de una estenografía cercana al infierno, el ejército de los desheredados de todas las edades revuelve la basura. Buscan en lo que otros tiraron, en lo que la sociedad desechó, encontrar esos tesoros que le permitan tirar hasta el día siguiente.

Por Por Hugo Presman

El horizonte no existe. La vida es un mero ejercicio de supervivencia. Sienten que esos objetos y desperdicios abandonados son la versión inanimada de su propio destino. Ellos han sido arrojados a la basura y la sociedad los desecha como tal. La piel curtida por el frío y el sol. Las manos negras de revolver y revolver. Los ojos bien abiertos para evitar los accidentes. Un yogurt vencido. Una sandía pasada, pero aún no podrida. Unas zapatillas agujeradas aún en condiciones proteger pies cansados. Una frazada gastada pero en condiciones de paliar ese frío que penetra en la casilla. Un tesoro para dejar en suspenso, un día más hacia la muerte.Esos ojos pequeños que reclaman en silencio un futuro robado mucho ante de haber nacido. Esas mujeres desdentadas que son ‘Nachas Guevaras’ al revés: tienen treinta y parecen cincuenta. Esos hombres que lagrimean en silencio. Por haber quedado afuera del mundo y porque sus hijos se movilizan por una geografía inundada de miseria. Forman parte de todas las ciudades argentinas.

Están ahí

En el CEAMSE (centro de recolección de la basura de Buenos Aires), ya nadie busca a Diego, aquel adolescente que acompañó a su hermano para encontrar los metales que, vendidos, le permitiera a su hermano mellizo comprar las zapatillas para volver a la escuela. Sepultado bajo miles de kilos de basura. Sin petitorios, marchas ni velas. Sin Blumberg ni Beliz, sin Ruckauf, Casanovas y Vaccare. Ignorados por las 150.000 personas que se movilizaron por Axel. Y por los millones que no se movilizaron. Están ahí. A las puertas de ciudades bellas, orgullosas y cultas como Buenos Aires o extremadamente limpias como Mendoza. A pocos kilómetros de las mejores tierras del mundo. Están ahí. Marcando con su presencia nuestras miserias. Nuestra indiferencia. Nuestro egoísmo. Las carencias de un Estado vaciado de recursos y de corazón. De representantes amnésicos. Cuando la conciencia se pone activa, es bueno saber que nosotros, los que comemos todas las comidas necesarias, que tenemos abrigo y salud, educación y algún futuro, que nuestros hijos tienen la certeza que mañana van a comer e irán al trabajo, a la escuela y la Universidad, no estamos fuera de ese basural. Si no nos hacemos cargo, que esto es un insulto a la condición humana, que ésta indignidad nos cubre y nos salpica, que nos introduce a las miserias del basural aunque estemos lejos de esa geografía demencial. Porque de ésta forma somos, parafraseando a Joaquín Sabina, el padre del mono del año 3.000.¿Qué hacemos con nuestras miserias como sociedad, más grandes que los basurales que ocultan a los más excluidos de los excluidos, si no nos damos cuenta que están ahí?Un par de zapatillas es la distancia entre el conocimiento elemental y el analfabetismo. Tres platos de comida diarias en la infancia es el camino que es imprescindible recorrer para desarrollar todas las neuronas o perder partes de ellas en el basural social. Hay ojos que claman ayuda en silencio. Hay raquitismo, tuberculosis, desnutrición. La concentración de todas las enfermedades engendradas en la indigencia.Son gritos escondidos. Reclamos silenciosos. Están ahí.

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