El Holocausto de 1915 fue la culminación de varias masacres antiarmenias que se habían producido a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Esos hechos luctuosos sólo contaron con las voces solidarias de los franceses Anatole France y Jean Jaurés, quienes llamaron la atención sobre los bárbaros hechos ante la indiferencia mundial.
En 1995, en Buenos Aires, se replanteó la cuestión. La visita oficial a la Argentina del presidente de la República de Turquía, Suleiman Domirel, fue repudiado por la comunidad armenio-argentina, especialmente por el Consejo Nacional Armenio de Sudamérica.
¿Cuál fue el trasfondo de ese rechazo? Para el irredentismo armenio el recuerdo de sus muertos masacrados, asesinados, violados o escarnecidos es una cuestión de honor nacional y humanista. Pero también tiene significación jurídico-política, ya que el Estado turco se ha negado hasta ahora a reconocer el genocidio.
Los gobernantes turcos proceden como lo hacían Videla, Viola y Massera. Para ellos los desaparecidos no fueron tales. Desaparecieron y no existieron. A los reclamos armenios, Turquía contesta con mentiras o con una aterradora indiferencia. Aducen que se trata de una cuestión de ‘razón de Estado’.
La comunidad internacional
Debió producirse el segundo Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial, el de los judíos y gitanos, para que la causa armenia resurgiera. Tras largos cabildeos en las Naciones Unidas, la causa armenia ha tenido alguna respuesta de la comunidad internacional que, finalmente, condenó a Turquía en diversos foros como Estado criminal.
Los armenios fueron los primeros en sufrir en el siglo XX el experimento de las matanzas organizadas. Luego siguieron los judíos y los gitanos europeos a manos de nazifascismo. Los japoneses segaron la vida de diez millones de chinos, durante la Segunda Guerra Mundial, en una orgía racista increíble. En el siglo XX hubo después otras matanzas tremendas: los bombardeos a poblaciones civiles durante la guerra civil española -el bombardeo a la ciudad vasca de Guernica- y en Vietnam; los crímenes de Pol Pot, en Camboya, que costaron un millón de víctimas; los genocidios entre tutsis y hutus en Ruanda; y el drama de los musulmanes y croatas masacrados por los serbios en la Bosnia-Herzegovina.
En la culta y moderna Europa actual, la discriminación contra las minorías árabes y gitanas están trayendo en Alemania, Francia, Italia y Austria, el recuerdo de la tragedia antisemita en las primeras décadas del siglo anterior. Cuando Adolfo Hitler decidió el asesinato de los judíos recordó, cínicamente, el genocidio armenio. Y se preguntó: ‘¿Quién habla hoy de la exterminación de los armenios?’.
No se trata solo de una remembranza histórica. En 1995 días, el Estado turco penetró en territorio iraquí masacrado a los kurdos mientras los Estados Unidos y Gran Bretaña se hacían los distraídos y los gobiernos de Irán e Irak se desentendieron de la cuestión dejando que la ‘limpieza’ étnica contra los kurdos la realizara Turquía. Sólo Francia ha denunciado realmente el asesinato de poblaciones civiles kurdas mientras la ONU -en total anomia- miraba sin definirse ante los dramas de Bosnia, de los kurdos y de Chechenia.
Silencio ante el genocidio armenio
El historiador Arnold Toynbee señaló que el silencio ante los genocidios no tienen disculpa. ‘Desde los tiempos de Temerlan la historia no ha vuelto a registrar un crimen horrendo -decía el historiador ante el genocidio armenio- y llevado a cabo en tan gran escala’. Cuando Toynbee escribió aquellas palabras todavía no se había conocido el horror hitlerista y estalinista.
Pero es más. El colonialismo occidental tiene en su haber millones de muertes y asesinatos en Asia, Africa y América Latina, a manos de las naciones tituladas cristianas -como España, Holanda, Francia, Portugal y Gran Bretaña. Cuando Italia -en la segunda década de este siglo- anexó Libia, se llevaron a la Península a miles de rehenes -mujeres, niños, hombres, ancianos- para obligarlos a desistir de cualquier resistencia al poder colonial. Ningún libio retornó vivo a su país. Luego, a partir de 1922, los fascistas perfeccionaron las matanzas contra libios y abisinios indefensos.
Es por todo ello que recordar y movilizarse contra el genocidio de los armenios -como contra todos los genocidios- es un acto de defensa de la vida contra el crimen y sus ejecutores, para los cuales no habrá prescripción alguna, ni olvido, ni punto final, ni obediencia debida, ni indultos. Turquía, como Estado, le debe al mundo una respuesta sobre aquellos sangrientos hechos de 1915.
La peor de las amnesias es la moral. Pueblo que no recuerde, que no tenga memoria -en el cual la frivolidad, el pragmatismo, la inercia o la cobardía ética anule su poder de comprensión de estos hechos-, tarde o temprano pagará con creces su indolencia o su indiferencia.
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