Un Estado sin ideas claras

La mayor crueldad del Primer Ministro Sharón es que no está preparado para revelar el método que hay detrás de la locura en la que nos está sumergiendo. ¿Cómo es posible semejante misterio en este experimento único de la democracia occidental?: Una persona lleva a un país entero a una experiencia que bordea el absurdo. Esto ya está instalado en la calle, donde la mayoría de la gente no le cree una palabra más, y está segura de que el sujeto nos está embaucando.

Por Gideon Samet Traducción del inglés: Mario Faust

El establishment político entero se le está escapando de las manos como una carta en la mano de un maestro de la decepción. La última semana estuvo a un voto de caer en la votación de no confianza en el Parlamento (la Knesset). Con el asesinato de Yassin la derecha ronronea su satisfacción y la izquierda titubea y balbucea alguna oposición.
Este estancamiento de todo el aparato político ya tiene rango de enfermedad nacional. En medio de los efectos de luz y sonido de los ataques, helicópteros, y vanas promesas políticas, lo cierto es que el sistema parlamentario se cae estrepitosamente como nunca. Infectado por la sospecha de corrupción en torno a Sharón y su familia, la insustancial galería de la Knesset es insultante.
Por primera vez desde los ´70, se la comienza a vincular con el crimen organizado y la mafia. La izquierda de Yossi Sarid (ex jefe de Meretz) y de Yossi Beilin (ahora el jefe de la nueva fuerza de izquierda que incluye a Meretz, Yahad), se han convertido en blanco de una enemistad sin precedentes.
Con Sharón, más que en los tiempos de pesadilla de Golda Meir, en que Israel se convirtió en un Estado sin convicciones, carente de lo que en Israel se llama “konseptzia”, Golda tenía dos concepciones: una, que no hay tal cosa como un pueblo palestino. Otra, más famosa, la llevó a la Guerra de Iom Kipur. Y había una tercera, consistente en que los judíos sefardíes no eran “lindos”. Por tres décadas eso es lo que prevaleció. Y el Partido Laborista transpiró hasta tal punto esas concepciones que, ahora, apenas quedan las astillas del entusiasmo político con el que dirigieron el país. Y eso se lo debemos también a Sharón, si no a “Bibi” Netanyahu, líderes de la derecha, destructivos por naturaleza en el campo de la confrontación política.

Shinui

Agreguémosle a esto la caída estrepitosa del campo del centro político. La chance del centro en estos días de cólera está en la gente que está abandonando la derecha y la izquierda. Shinui supo aprovechar este fenómeno hace poco: tras un triunfo electoral importante, entró en el gobierno de Sharón, y comenzó a erosionar sus propios principios, metiéndose en la misma bolsa gubernamental, hecha de absoluta falta de dirección conceptual. La derecha de su propio partido y otros, afronta esta coyuntura introduciendo una dimensión surrealista, golpeando al mismo Sharón, precisamente en un momento en que se ha caído el concepto de la Gran Israel, uno de los conceptos con mayor arraigo en el pensamiento político israelí. A tal punto está presionado Sharón, que usa el léxico de la izquierda cuando comienza a hablar contra la “ocupación”. Pero sus acciones e inacciones sólo subrayan la nueva nulidad de su discurso conceptual: él dice no a la ocupación, ¿entonces qué?

Liderazgo sin ideas

Este asunto de la falta de conceptos, de dirección, no tiene que ver solo con la formulación de los discursos. También produce el efecto de la carencia de liderazgos con una firme y clara visión en torno de nuestro destino, que le ha hecho pagar con el fracaso (exceptuando a Rabin) a líderes de la talla de Shimón Peres y Moshé Dayán que justamente por eso, nunca accedieron al poder.
Es el sino de sus destinos: Sharón, Barak, Netanyahu solo cuentan con grandes fracasos. Y Sharón más que el resto, por su especial potencial para intentar avanzar con la ayuda de la derecha.
Israel, bajo la égida de Sharón se ha convertido en un país enfermo. Está perdiendo la mayoría de las promesas que nacieron en el seno del movimiento sionista antes y después del nacimiento del Estado. Y el reloj de arena no se detiene, más bien, comienza a dejar correr el hilo de arena cada vez más rápido.
Por eso la coyuntura del asesinato de Yassin, apenas es una nadería, comparada con la cuestión profunda y fundamental que está por debajo de esta u otras intifadas, no importa cuán penosa sea su contribución a la angustia nacional.
Sin un cambio de dirección:
¿Estará en condiciones nuestro Estado de mantenerse sin colapsar?
¿Estamos, por fin, viendo un defecto de raíz en la conducta nacional -una especie de desperfecto extendido en el sistema- que nos lleva poco menos que a poner en nuestra misma existencia?

En suma:
¿No esteremos acercándonos al umbral de una grave crisis, mas allá de lo aparente, a un desmoronamiento del tipo que aflige a las grandes potencias en el medio de un torbellino de errores fatales?
Este es el contexto -y nada menos- en el que es necesario ubicarse para entender el peor y más peligroso período nunca antes visto de un liderazgo sin ideas claras.