Respetado señor Abi Ben Shlomo:
Podría empezar esta respuesta a su texto publicado en Nueva Sión (casualmente lo he podido leer, sin duda gracias a las pequeñas hadas de Internet), comentándole que, a partir de ahora, no necesito las webs del integrismo islámico para insultarme. Usted lo hace, sin duda, con más categoría. Pero este tono y el sarcasmo pertinente que destila me llevarían por derroteros que no quiero recorrer y solo serviría, si me permite, para añadir ruido grueso a un debate que necesita, más bien, palabra serena. Usted y yo podríamos montar un espectáculo de pelea abrupta y maleducada, y sin duda seríamos leídos, pero, ¿hacia dónde nos llevaría? Lamento de verdad el tono de su texto, despreciativo desde el primer momento, y mucho más dedicado a destruirme como interlocutora que no a discutir mis argumentos. ¿Ha quedado usted un poco más descansado, una vez agotado todo el serial de desprecios del diccionario? Se lo pregunto por que, como mínimo, que le haya sido útil. Dígame, sin embargo, ¿ha sido útil para algo más? Imagínese que todos los lectores de su texto creen que usted tiene razón. Bien. ¿Qué habría conseguido? ¿Qué no me leyeran nunca más? ¿Qué acallaran una voz crítica, de las muchas que existen en el debate público? ¿Estaría con ello más contento? Me pregunto, y lo hago con honestidad, ¿por qué necesitamos destruir al mensajero cuando no nos gusta el mensaje? ¿No le parecería más útil que usted y yo, y el señor Burg si lo considerara pertinente, debatiéramos argumentalmente nuestras diferencias y hasta nuestras contradicciones? Usted no me conoce y, por tanto, lo que le afirmo puede no creerlo. Pero soy sincera: yo no tengo miedo a que otros me convenzan. Creo que el juego dialéctico -especialmente entre personas de izquierdas- es algo más que una cultura, es una obligación moral. Estamos en el ámbito de las ideas públicas y tenemos la valentía de lanzarlas al vuelo. En cierto sentido, asumimos el riesgo de debatir, de pensar más allá de las ideas al uso, de quebrar prejuicios y dogmas y, por supuesto, asumimos el riesgo de equivocarnos. Las ideas son un material sensible y frágil a la exposición pública. Sin embargo, es en el ágora pública donde deben lidiar.
Por todo ello, señor Shlomo, yo no voy a decir que su texto se difunde de manera histérica, o que miente, o que es una diatriba sistemática o una perorata, o sencillamente un libelo, o no sé qué de las Islas Marshall y Micronesia (¿de qué puñetas me habla?), o que escribe con “virtud melodramática apta para telenovelas” o que practica una “sutileza algo grosera”, o que pontifica y sus afirmaciones “son como bulas papales dadas de una vez y para siempre”, o que farfulla “con liviandad decálogos y sermones”, o…
De todas las descalificaciones (entiendo la dificultad de introducir argumentos con tanta necesidad de insultarme), lo único que me ha dolido ha sido una afirmación sobre mi persona que, sin duda, usted debe hacer desde el conocimiento íntimo que me tiene. Me dice que para curar mi liviandad ideológica tengo que leer el texto de Abraham Burg, pero que ello “va a constituir un desafío a su ego, a su -tal vez inconsciente- deseo de congraciarse con un público ávido de semitismo a ultranza”. ¿Desafío a mi ego? Pero, ¿en qué mundo vive, señor Shlomo? ¿Tiene usted idea de los amigos que perdemos -es la frase de Grabiel Albiac, un filósofo español que mantiene posturas como la mía- y del descrédito que ganamos manteniendo actitudes de denuncia como la mía? ¿De verdad le parece un paseíto glorioso criticar a la izquierda de mi país, desde la misma izquierda, y hacerlo sobre un tema que mueve pasiones tan viscerales? ¿Lee usted la prensa española cuando informa y opina sobre Oriente Próximo? ¿Conoce usted las declaraciones de los líderes políticos de la izquierda europea sobre este tema? ¿Sabe usted que se quemaban banderas de Israel en las manifestaciones de Barcelona? ¿Conoce usted la actitud de los movimientos anti-globalización respecto a los judíos solidarios que fueron a Durban o a Porto Alegre?
Actitud que militó en un desacomplejado racismo. Y digo racismo por que parece que el concepto “antisemita” le molesta. ¿Sabe usted, para poner un ejemplo cercano, que en la web oficial del ayuntamiento de Barcelona, el link dedicado a la solidaridad con el pueblo palestino, tenía una foto de un “Maguen David” equiparado a una esvástica? ¡La foto oficial de un ayuntamiento importante de una ciudad importante! ¿Conocía usted la actitud de desprecio de Izquierda Unida (partido español importante y, por lo demás, serio) hacia el día en recuerdo del Holocausto? ¿Sabe usted que la última moda en mi país para celebrar la victoria de partidos de izquierdas en las elecciones (las últimas, por ejemplo, en Cataluña) es beber Mecca-Cola? Bebida, por supuesto, altamente solidaria. ¿Conoce la adoración por Arafat que practica la mayoría de la izquierda europea? ¿Sabe que nunca, NUNCA, en la prensa europea se considera a un terrorista de Hamás o Hezbollah como terrorista? Ejemplos de cultura democrática…Y dígame, ¿sabía que esos líderes de la gerontocracia de izquierdas como Saramago y Theodorakis, que, según usted, no representan a nadie y que no son equiparables a los jóvenes que se manifiestan contra la globalización americana del planeta, son un referente diario de las Universidades de mi país? ¿Sabía que se han convertido en auténticos ídolos? Y no por que los jóvenes hayan devorado como locos el “Memorial do Convento” o por que se hayan ido en masa a escuchar a Theodorakis en “Zorba el griego”. Son ídolos por que han dicho lo que han dicho sobre los judíos. Y digo “judíos” por que tanto Saramago como Theodorakis de quien hablan es de los judíos.
Por cierto, cuando usted quiera hablamos de la globalización “americana”. Se lo digo por que me temo que se olvida el papel del gran capital francés, alemán, belga…., en el tema de la globalización. Pero ya se sabe…, no hay nada como un buen antiamericanismo para demostrar coherencia de izquierda. ¡Ah! Y los jóvenes de la antiglobalización -entre los que se encuentra mi propia hija, adolescente linda y solidaria como la mayoría- son los que queman las estrellas de David en Barcelona, agreden a los judíos de Amos Oz en París o no permiten un debate sobre la Shoá en Durban. Me pedía datos… Me temo, respetado señor Shlomo, que podría abrumarle con datos. Pero no hace falta que yo le moleste más de la cuenta. Lea usted la prensa de mi país durante una semana entera… Léala y después dígame que no existe un rebrote de antisemitismo.
No sé… Puede decirme que estoy absolutamente equivocada, como asegura. Puede demostrarlo, cosa que me gustaría. Puede despreciarme, como hace. Pero no me diga que mi postura es fácil. Lo fácil, señor mío, lo políticamente correcto, cuando uno es de izquierdas y es reconocido como tal en su país, es mantener su postura, no la mía. Desde luego, personalmente tendría bastantes más amigos, más prestigio y mucha más simpatía si asumiera los tres principios del pensamiento correcto: Israel es la cuna de todas las maldades; los palestinos son las únicas víctimas; y Arafat es nuestro nuevo héroe. ¿O no? Le diré algo más. Si asumo mi postura es por que milito muy seriamente en la libertad de pensamiento. Ello no me da carta de verdad. Pero me da carta de honestidad. Y mi libre capacidad de reflexionar me obliga a ser crítica con la izquierda y con los media europeos. ¿Lo hago para que me aplauden algunos miles de judíos? Pero señor mío, si la postura contraria es la masiva, la aplaudida, la respetada, la aceptada, la…
¿Sabe? Creo que parte de su indignación proviene de una distorsión previa. Usted es, por lo que intuyo, una persona relevante de la izquierda de Israel. Como tal, hace un análisis crítico con su gobierno que, quizás, hasta compartimos.
Pero yo no puedo conocer, de ninguna manera, con precisión, las grandezas y miserias de su democracia, que las hay como en todas las democracias del mundo. ¿Quiere que hablemos de las miserias de la democracia española, muro de contención en Melilla incluído? Sí puedo, en cambio, analizar la demonización global que padece Israel, mucho más allá de sus muchos errores. Y también puedo analizar la actitud dogmática y maniquea, al respecto, de la izquierda española. No se trata de criticar a Sharón, que es pertinente. Se trata, en el camino, de poner en la picota el derecho de Israel a existir.
Usted me utiliza, estimado señor, para dos cosas, según me parece: para reivindicar el texto del señor Burg. ¿No había otros caminos para reivindicarlo, que el de denostar y despreciar los textos de otros? Y me utiliza para darle en el cogote a Sharón y demostrar, así, que toda la izquierda europea es coherente y que todos los males provienen de un solo problema. Le felicito: ha encontrado una respuesta simple a una situación compleja. Pero entienda que yo no hablo de la política interior de Israel, ni de la política interior española. Hablo de un fenómeno social en Europa que tiene que ver con el antisemitismo, que desgraciadamente está harto demostrado y que usted tendría sus motivos si no quiere verlo. Ese fenómeno, desde mi percepción, recae irresponsablemente en la izquierda europea.
Una última cosa. ¿Por qué se ha molestado conmigo, si solo soy una “periodista de barricada, monomaniquea y provocativa”? ¡Tanto esfuerzo para tan poca persona! Lamento el tiempo perdido. Le diré, sin embargo, que buscaré y leeré con fruición el texto de Burg, primero por que mi interés es aprender, debatir y confrontar. Segundo, por que estoy segura que, discrepancias al margen, es muy interesante. Le diré, también, que ello no será nuevo por que me paso la vida leyendo textos contrarios a mi posición. ¿O que creía? Y le diré, finalmente, que estoy segura que usted es un hombre relevante, inteligente y coherente. ¿Por qué pierde el tiempo en el insulto, si sencillamente podría ganarlo convenciéndome? En fin. Aquí me tiene para confrontar ideas y para contrarrestar datos (que me temo que tengo). Pero no me tendrá más para alimentar el bajo vientre. Los insultos y las descalificaciones entre usted y yo no me interesan. Ya hay demasiada violencia en su país como para añadir la violencia dialéctica.
Desde Sepharad, mis respetos sinceros.
Pilar Rahola.