Sólo un grupo de activistas del partido Al-Fatah que habían participado en las negociaciones con la contraparte israelí, sin embargo, confirmó su presencia en la ceremonia, debido a que el presidente palestino, Yasser Arafat, no había dado -a tiempo- su visto bueno al documento.
El Presidente palestino había rechazado emitir la carta debido a las presiones del ala dura de Al Fatah, que rechaza cualquier concesión a los israelíes en la cuestión de los más de 3.500.000 refugiados palestinos.
Esa concesión, que impediría el regreso de los refugiados en el exilio a sus casas en el actual Estado de Israel, está dentro del acuerdo como parte de un paquete de concesiones históricas que darán a los palestinos un Estado independiente con Jerusalem Este como capital, incluidos los sectores no judíos de la ciudad vieja.
Israel cedería, también, la totalidad del territorio de Gaza y la inmensa mayoría de Cisjordania (97,5%), a excepción de pequeños asentamientos judíos que serán anexados e intercambiados por otras tierras del Estado de Israel «centímetro por centímetro».
Interlocutores
El “Acuerdo de Ginebra”, que ha sido producido y trabajado durante dos años y que no tiene vigencia legal, trata de demostrar a los gobiernos de ambos pueblos que después de tres años de violencia y más de 3.300 muertos, sí hay con quien hablar al otro lado.
En ese sentido, el documento trata de perfilarse como modelo de un futuro acuerdo. Sólo la pasada madrugada, en una reunión con Fares, el ministro de Prisioneros en la ANP Hisham Abdel Razek y el parlamentario Jatem Abdel Kader, Arafat aceptó los argumentos a favor de una carta de respaldo, así como que las instituciones de Al-Fatah lo acepten como posible solución al conflicto.
Rechazos
A la oposición de los halcones del partido de Arafat se sumaron, el fin de semana pasado, las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, su brazo armado, que han llegado a amenazar a cualquier dirigente palestino que lo firme.
También el Movimiento de la Resistencia Islámica (HAMAS) y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina han expresado su rechazo.
Pero según encuestas efectuadas por organismos internacionales, el «Acuerdo» cuenta con el apoyo de una mayoría ajustada en la ANP, como así también en Israel.
En este país, es el mismo Gobierno de Ariel Sharón el que más trabas puso a la iniciativa, así como también los colonos y círculos de extrema derecha han acusado de «traición»y «sedición» a los firmantes, que están encabezados por el ex ministro de Justicia, el pacifista Yosi Beilin.
Sharón ha pedido a la Administración Bush, y a otros gobiernos, que no avalen ni financien los contactos de ambos grupos pacifistas, porque «el único que puede negociar y firmar un acuerdo es su Gobierno, elegido democráticamente».
Y es que si la ANP acepta oficialmente la iniciativa como propuesta de solución al conflicto, Sharón, que durante tres años no ha cumplido sus promesas electorales de poner fin a la violencia, será el principal damnificado del Acuerdo de Ginebra, ya que éste desenmascararía sus ambiciones territoriales.
La paz es posible
«La incumbencia de las sociedades civiles, tanto la israelí como la palestina, nos parece particularmente importante»; así se expresó, por ejemplo, la Canciller española, Ana Palacio, a Yossi Beilin y Yasir Abed Rabbo, los dos impulsores del “Acuerdo de Ginebra”. Y esta declaración es sólo un ejemplo de los apoyos internacionales que ha recabado esta iniciativa de paz entre israelíes y palestinos. Además de Palacio, Jacques Chirac, Bill Clinton, Tony Blair y Kofi Annan han respaldado públicamente la iniciativa.
Las características generales del acuerdo
¿Qué tiene este “Acuerdo de Ginebra” que recibe tantos por igual tantos apoyos como críticas en sectores israelíes y palestinos?
El Acuerdo es una iniciativa de paz negociada bajo patrocinio suizo durante más de dos años por dos equipos de políticos e intelectuales israelíes y palestinos liderados por Beilin y Rabbo. Según Rabbo, «establece el marco, los máximos que pueden ceder los israelíes y el mínimo que están dispuestos a aceptar los palestinos».
Eso es, a grandes rasgos, la creación de un Estado palestino con el 97,5% de los territorios ocupados hoy por Israel, lo que implicaría el desmantelamiento de la mayoría de asentamientos de Cisjordania y de todos los de la franja de Gaza.
Israel cedería tierras del desierto del Neguev vecinas a Gaza a los palestinos a cuenta del 2,5% de Cisjordania; se construiría un pasaje para comunicar la Franja y Cisjordania; el Estado palestino sería desmilitarizado y sus fuerzas de seguridad lucharían y cooperarían con Israel contra el terrorismo; Jerusalem Este sería la capital de Palestina, y los palestinos asumirían la soberanía de la Explanada de las Mezquitas, mientras que los israelíes mantendrían el control del Kotel o Muro de los Lamentos.
Finalmente, los palestinos renunciarían, con algunas compensaciones, al derecho al retorno de los refugiados a lo que ahora es Israel.
Un equipo de observadores internacionales auditaría el cumplimiento de lo acordado.
Sin salida a la vista
Hasta aquí, el Acuerdo de Ginebra recoge básicamente las propuestas de Bill Clinton y completa lo que casi fructificó en la cumbre de Taba al poco tiempo de iniciarse la Intifada.
Su importancia no radica tanto en el contenido como, sobre todo, por el momento en el que se presenta. Después de más de tres años de Intifada, los palestinos ven cómo el sufrimiento de la población es calificado de «humillación» incluso por el Presidente Bush.
En el lado israelí, la situación también parece un túnel sin salida. Con el apoyo de una población angustiada por los atentados, Ariel Sharón impone, hasta ahora, su dureza y cambiando la ecuación de Oslo de “Tierra por paz” por “Paz por tierra”. El resultado concreto de esta situación, creada por dos líderes en su ocaso, es un bloqueo diplomático que no va ni para atrás ni para adelante.
Una paz justa para acabar con la violencia
El “Acuerdo de Ginebra” rompe algunas estructuras de la estrategia de Sharón porque:
1- Demuestra que sí hay interlocutores en el lado palestino.
2- Prueba que se puede hablar de la finalización de la Intifada en plena situación de conflicto.
3- Se acepta el concepto de que sólo una paz justa acabará con la violencia.
Yosi Beilin y Abed Rabbo han sido fuertemente criticados por presentar como una propuesta de paz un acuerdo que han negociado, sin acuerdo oficial, dos grupos de políticos e intelectuales que no deben rendir cuentas porque no asumen ni presentan ningún cargo.
Como si fuera un lema antimundialización, Beilin y Rabbo se han cansado de dar la misma respuesta: «El objetivo es demostrar a los dos pueblos que la paz es posible». Si lo logran, quedará aún lo más difícil: encontrar políticos que crean en ello y estén dispuestos a llevarla adelante.
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