El primer 11-S

Santiago, nunca más

Los chilenos recuperan la figura de Allende, abatido hace 30 años por Pinochet. Es la primera vez que hay en Chile un despliegue informativo para dar a conocer los acontecimientos de aquel 11-S de 1973.

Por Josep Borrell, diputado del PSC-PSOE (España)

Hoy se abrirá la puerta por la que el cadáver de Salvador Allende salió de la Moneda 30 años atrás. La dictadura militar la tapió, como cerró las alamedas por donde vuelve a circular el hombre libre, como presagió Allende en sus últimas palabras. La libertad ha vuelto, más tarde que pronto, a las calles de Santiago. Aún está condicionada por la Constitución de 1980, herencia de la dictadura, que impide, por ejemplo, que el presidente de la República pueda destituir a la cúpula militar. Pero por primera vez en 30 años hay en Chile un gran despliegue informativo para dar a conocer los acontecimientos de aquel 11-S de 1973. Prensa, radio y televisión están inundadas de programas que explican, de forma descarnada, lo que fue la Unidad Popular, el ataque a la Moneda, la represión y la política económica ultraliberal de la dictadura.
Los símbolos del terror, como el centro de tortura de Villa Grimaldi, son objeto de visitas guiadas y en el Estadio Nacional, improvisado campo de concentración ayer y sala de conciertos hoy, se han vuelto a oír las canciones de Víctor Jara.
El 40% de los chilenos tienen menos de 30 años. Esa juventud tiene sed de historia y parece como si descubriese unos acontecimientos ocultos, cuyo conocimiento estuviese limitado a los que los vivieron. Pero esa trágica página de su historia sigue dividiendo a los chilenos. La memoria de lo que representó Allende para la Democracia Cristiana enfrenta a ésta con los partidos de izquierda de la Concertación, la coalición que se forjó en torno al no en el referendo que perdió Pinochet en 1989, y que gobierna desde entonces.
La mayor parte de los parlamentarios democratacristianos, no digamos ya la derecha, han rechazado participar en un homenaje al expresidente, cuya ilegitimidad votaron en el Parlamento un mes antes del golpe de Estado. Ello obliga al actual presidente, Ricardo Lagos, a cambiar el carácter o a matizar el sentido de los actos, desligándolos de la figura de Allende para darles un sentido ecuménico o limitándolos a su dimensión institucional.
Se debate el papel que tuvo la democracia cristiana en un golpe militar que esperaban que fuera breve y les devolviera el poder. El propio jefe del Ejército ha proclamado un «nunca más» a las violaciones de los derechos humanos acontecidas entonces, pero acompañado de una dura crítica a la clase política, que fue incapaz de controlar la situación e incitó y apoyó a un Pinochet que sigue refugiado en su supuesta demencia senil para escapar de la justicia.
Tras la victoria electoral de Lagos (2000), Chile ha sufrido su primera recesión económica en 16 años debido a la crisis asiática y las de sus vecinos suramericanos y a la caída de los precios del cobre. Aunque sigue siendo un ejemplo de estabilidad macroeconómica, los avances en el terreno social y laboral no son satisfactorios. El programa Chile Solidario no puede resolver la pobreza que afecta al 20% de la población y, sin mayoría parlamentaria, no se ha podido modificar la extrema desregulación laboral que dejó la dictadura.
Pero más que un marco constitucional y legislativo, la dictadura ha transformado profundamente los espíritus. Allende quiso construir el socialismo desde la democracia, en plena guerra fría y ale-
jándose del castrismo. Era algo que los intereses económicos de la burguesía chilena y los geopolíticos de Estado Unidos no podían tolerar. Pero su intento estaba basado en un ideal de igualdad que hundía sus raíces en una voluntad colectiva. Probablemente, después de la dictadura ese imaginario colectivo ha desaparecido y se confía resignadamente en el crecimiento para la corrección de las desigualdades.
También la guerra fría ha desaparecido. Lula puede intentar ahora lo que Allende persiguió sin temor a que la CIA le organice un golpe de Estado. En Santiago estos días están muy presente el Partido de los Trabajadores y el Gobierno brasileños. Las desigualdades sociales de Brasil son mayores que las de Chile y Lula está bajo una estrecha vigilancia de los mercados financieros, pero no tiene en contra al Ejército, cuenta con un cierto nacionalismo económico de las clases altas y para EEUU Brasilia bien vale una misa. Florece así la tercera esperanza histórica, tras las de Allende y Castro, de progreso social en América Latina. Que el nunca más de Santiago le acompañe.