Tentativa de izquierda

El ensayista Alejandro Kaufman ofrece a Nueva Sion un abordaje semiótico-comunicacional sobre la izquierda en torno a los significantes “antisemitismo”, “antisionismo” e “Israel”.
Por Alejandro Kaufman

No sabemos qué hacer con el antisemitismo. Ya tampoco cómo designarlo. Se recusa la palabra por presuntas causas semánticas. Se crean otras que tampoco consiguen reemplazarla, como judeofobia. Solo es reconocible una certidumbre: nadie dice serlo ni quiere ser llamado antisemita. Eso parece. Debe ser algo muy malo. Salvo tal vez en el humor judío, adonde se puede reír acerca -y con ellos- de los rasgos paradójicos, contradictorios, del antisemitismo, del modo en que -en ese contexto- resulta inteligible cuánto tiene de especular el antisemitismo con lo judío. Espejo en tanto es lo contrario de un orden significante en sí mismo paradójico y contradictorio para oponerse al cual se remedan en forma invertida sus atributos. Lo podemos constatar en múltiples documentos de cultura. Lejos está de ser un hallazgo, aunque tampoco es un lugar común sino un asunto sobre el que siempre empezar de nuevo. Empezar siempre de nuevo es un signo al que no se suele prestar la atención debida: hay que volver a explicarlo todo como si proviniera de una inalcanzable lejanía. Lo negado se presenta así, como ausencia.
Sobre lo muy malo que debe ser el antisemitismo sabemos que es como consecuencia del Holocausto. No se puede volver atrás el suceso y reivindicar formas precedentes del antisemitismo, por cómo terminó, por su final. La mala conciencia de una responsabilidad absoluta y universal sobre la solución final nutre el conflicto inabordable que atraviesa lo judío actual. Suele campear una combinación de ignorancia culposa sobre una historia y una memoria demasiado exigentes con la desmesura a que esa historia y memoria nos convocan al decirnos cada vez que no es (solo) acerca del pasado, sino (también) de la actualidad. Se trata de un mundo, el mundo, que no pudo prevenir ni evitar el holocausto y que ante el advenimiento de lo que convoca su repetición no sabe qué hacer. La repetición no es una copia idéntica sino un interrogante, una perturbación, un conjunto de eventos y signos todos ellos discutibles, designados como imperceptibles o como estentóreos, según.
Las izquierdas, nobles herederas de la Emancipación, recibieron también su legado inconcluso, el legado inconcluso de la Emancipación, atinente a casi todo su programa igualitario, articulador de una transición justiciera que durante dos siglos avanza y retrocede, y parece que una y otra vez retrocede más de lo que avanza. Un momento así atravesamos ahora, el de un retroceso creciente.
Con gran tacto y prudencia hay que aludir al significante izquierdas en cualesquiera de sus formas. El contexto de ascenso masivo de las derechas y de réplica ubicua de fascismos y nazismos es también cuando se extiende el desfallecimiento del pensamiento crítico y el desfondamiento del lenguaje. Proliferan manifestaciones brutales de la expresión, palabras trastocadas en piedras arrojadizas, en trámites tóxicos que otorgan a la articulación el carácter cada vez más imperioso de la guerra civil generalizada.
No haría falta decirlo pero no está demás tampoco señalar aquello que no refiere a una identidad, ni a una experiencia delimitada y compartimentada sino a un conjunto de acontecimientos del sentido que se irradian paradigmáticamente en todas las direcciones, de modo que resultan homólogas de otros padecimientos de diversa índole, cercanos y lejanos, afines o aun enemigos, como sucede en la encerrona trágica israelo-palestina.
La cuestión es que quienes no queramos ser antisemitas deberemos ocuparnos de ello, empeñarnos en situarnos en el orden de la responsabilidad y el conocimiento requeridos para no sucumbir a tal destino. Fácil no es, pero no faltan quienes lo han hecho y lo siguen haciendo en todas partes, sin perjuicio de lenguas, religiones, etnias ni nacionalidades. No son esfuerzos mayoritarios ni resultan pedagógicos o terapéuticos, pero importa que existen, que pueden ser referidos, interrogados, consultados, conocidos y acompañados. Son la única y decisiva razón por la cual las violencias racistas, prejuiciosas, discriminatorias no son susceptibles de perdón ni de comprensión, sino solo de ser encaradas como problemas, aunque no sepamos cómo resolverlos o superarlos.
Mucho procede de que Israel es un significante judío, y por lo tanto es un destinatario de lo que antagoniza a lo judío, sin perjuicio de todas las alegaciones válidas que superficialmente se suelen reconocer como “críticas” a Israel, expresión que no resulta tranquilizadora ni suficiente, y que se suele usar más bien como coartada para desentenderse. No está de más recordar que siempre el antisemitismo, desde sus formas precedentes al Holocausto hasta las motivaciones alegadas por el Tercer Reich para llevar a cabo la Solución final se justificó tanto por las innumerables difamaciones del repertorio histórico que no hace más que reproducirse en forma creciente y por todas partes, como por imputaciones plausibles referidas a determinados individuos o grupos. Siempre el antisemitismo fue y es una mezcolanza de patrañas y acontecimientos existentes. El asunto acerca de la difamación no es un absoluto conflicto entre culpa e inocencia, sino la atribución de una perfidia y maldad metafísicos que se arrojan sobre quienes son víctimas de tales actos de habla y de violencia material.
Sin detenernos en otras variables, digamos que crímenes de guerra, de lesa humanidad, de violación de derechos humanos, como tantos azotan nuestras conciencias por todas partes, en el caso de Israel, como también sucede con otros casos que no son tan morbosamente atractivos para ciertas conciencias, requieren ser deslindados del antisemitismo. Si hay una forma de no hacer tal deslindamiento es repitiendo mecánicamente, como si fuera una clave de bóveda de la impunidad “antisionismo no es antisemitismo”. Claro, es posible tal cosa, pero no ocurre por mera verificación de la ley de gravedad. Requiere un interés específico y sistemático frente a una abrumación creciente de diatribas y estereotipos que solo auguran desgracias mayores.
Por fin, compartamos aquí una observación: no se ha logrado demonizar de modo unívoco a la palabra sionista, y es por ello que no consiguen decir lo que pretenden, requerir su desaparición, sin compararla con palabras cuya extinción fue irreductible, necesaria, inevitable, como nazismo y Apartheid. Se hace necesario designar lo que se presume pérfido y demoníaco con otras palabras ya establecidas para tal fin equivalente. Hay en ese solo desplazamiento de la designación el indicio de una injusticia.