- Cada año al celebrar el nuevo año judío, así como el comienzo de los “días tremendos o angostos” que unen esta celebración con el Día del Perdón, el día más introspectivo de la subjetividad judía, se suele desear un buen año en el momento de los brindis y de las oraciones: buen año, o sea Shaná Tova, transliteración de la expresión hebrea.
- Es muy interesante que la expresión utilizada para comenzar la supervivencia por estos días terribles que vienen de las acciones o in-acciones del año terminad en mi relación con el otro, judío y no judío: Shaná Tova, “buen año”. Si nada tiene un sinsentido y dice lo que dice porque así tiene que decirse en la Torá: los pasajes éticos se construyen desde el universo de lo moral que fuera revelado en el Sinaí. Mientras que las conceptualizaciones divinas sobre la belleza van quedado al margen del texto. Así se logra que cada una de nuestras acciones cotidianas sean acciones éticas (pudiendo distinguir moralmente lo bueno y lo malo e los preceptos bíblicos). Y sobre estas acciones éticas podemos coincidir con las palabras divinas de un deseo bueno, desde lo bueno, al otro en el Día del Perdón. Por ello este es un proceso subjetivo que llamamos teshuva (volver por nuestros propios caminos y revisar lo que hemos hecho el ultimo año): que nos permite rever nuestras acciones, y darnos el perdón en la medida que aprendemos de ellos, construimos un saber de nosotros mismos.
- Saber de nosotros mismos nos permite salir al encuentro del otro, de aquellos otros también realizan sus propias teshuvot. Ese encuentro con el otro, según lo que hemos visto está siempre mediatizado por una base moral revelada y la acción ética que proviene de la interpretación de esa revelación y que nos permite distinguir entre lo malo y lo bueno. Dios, como ya dijera Hermann Cohen, es el Dios de lo Moral.
- Ahora bien, no sólo utilizamos al bendecirnos el término moral, tov, sino que es Dios quien lo utiliza en el proceso de creación del mundo y de las cosas del mundo. Como sabemos al dar por finalizada una obra concluye lo creado diciendo que ve que es bueno, y así queda: “…raiti Elohiom ki tov”: “…y vio Dios que era bueno…”
- Dios crea o sella su creación evaluándola éticamente, observando si es buena o mala. Aquí es donde quiero aportar un elemento para la reflexión: ¿por qué buena, tov, y no bella, iafe? ¿Por qué no decimos al desearle los mejores deseos y bendiciones Shaná iafá, que tengas lindo o bello año, en lugar de un buen año”.
- La creación divina evaluada éticamente por Dios, se transpola al ser humano quien también utiliza como sello y bendición con el otro el deseo de que se tena un buen nuevo año. Además, no perdamos de vista que la construcción del buen año es siempre a futuro: que tengas un buen año, próximo, dando por sentado que el pasado ya se ha convertido en olvido.
- ¿Por qué lo bello no es categoría de evaluación divina o de pacto?
- Porque la belleza es una categoría y dimensión tan subjetiva o para Dios como para cada no de ostros ante o bello.
- Porque la belleza no es divina ni humana, sino porque la belleza es belleza en sí misma, más allá del ojo divino o humano: siempre está ahí, en los detalles más pequeños, abierta a que podamos aprehenderla.
- Lo bello se oculta en los detalles; al encontrar algo de esa belleza y traducirla al lenguaje estamos arrancando algo del silencio divino para transformarlo en cosa u obra comprensible. El acto de transformación del silencio de la belleza en obra no remite al todo sino al uno, a la persona u artista antes de abrirse al mundo: debe ser traducido desde un no-lenguaje al mundo humano de las ideas, la materia y la razón. Y esa es también la causa por la que Dios no bendice su obra creadora como bella, sino como buena: porque lo bueno, lo éticamente bueno, se transfiere al sentido primigenio de nuestros actos.
- Lo bello nos encuentra y lo aprehendemos; lo bueno lo aprendemos y lo actuamos. Si la belleza está oculta en los detalles, la ética nos abre y descubre al mundo y a su mundanidad.