Era el 18 de julio de 1994, en los días de la licencia de invierno de ese año, cuando me encontraba en Mar del Plata recorriendo las instalaciones en construcción que iban a ser sede de los Juegos Panamericanos de 1995. Súbitamente uno de los integrantes del comité organizador que nos acompañaba en esa visita, se acercó y me dijo: – ¡General, por televisión están informando de un grave atentado en Buenos Aires!
Con ansiedad nos dirigimos todos los del grupo visitante hasta el televisor más cercano, que resultó ser uno pequeño en blanco y negro que estaba allí mismo en una casilla del obrador. La imagen en directo era por demás dramática y así, a través de ella tomé contacto con la magnitud del acto terrorista cometido contra la Asociación Mutual Israelita de la Argentina -AMIA-.
Desde ese mismo lugar me comuniqué enseguida por teléfono con el general Ernesto Bossi, el Secretario General que había quedado a cargo del Estado Mayor del Ejército y se encontraba en la sede de Azopardo 250. Bossi, que ya estaba al tanto de los acontecimientos, había dispuesto alertar y preparar una compañía de tropas especiales del arma de Ingenieros, apta para actuar en catástrofes de todo tipo, que tiene su asiento en Campo de Mayo. Así es que confirmé sus órdenes y en nuestra breve conversación telefónica convinimos en agregar a los elementos de Ingenieros personal de Sanidad Militar -médicos, enfermeros y otros especialistas aptos para este tipo de emergencias-, disponiendo su traslado inmediato al cuartel del Regimiento de Patricios ubicado en Palermo, a la espera de nuevas órdenes.
Como es de práctica en estos casos, se puso en conocimiento de todas las disposiciones adoptadas a los ministerios de Defensa y del Interior, informándoles que se aguardaban sus órdenes para que el personal militar alistado entrara en acción.
Mi recuerdo personal de este doloroso episodio, de esta criminal agresión contra la entidad mutual de la comunidad judía entre nosotros, tiene dos acentos muy marcados. Uno, el hondo sentimiento que compartimos muchos de que al atacar a la AMIA se atacó a todo el pueblo argentino. El otro, la frustración que como militar profesional y Jefe del Ejército sentí al comprobar que la Fuerza no podía contribuir al rápido y eficaz auxilio a las víctimas con los elementos adecuados de que disponía.
Porque eso fue lo que ocurrió. A pesar de la celeridad puesta en el alistamiento de nuestra gente y de su reconocida aptitud para poder operar junto a las demás Fuerzas de Seguridad (Gendarmería, Policía, Bomberos) nos quedamos aguardando un llamado que nunca llegó.
Me consta que por los canales normales se reiteró a las autoridades que la compañía de Ingenieros se encontraba alistada con el resto de los especialistas agregados y ya en la guarnición de Palermo, es decir, a escasos minutos de distancia de lo que hasta pocas horas antes había sido la sede de la AMIA. Pero no se nos quiso llamar.
Aún experimento hoy una cierta desazón al recordar aquel momento cuando no se nos permitió concurrir en ayuda de nuestra comunidad. Para colmo, nunca se nos dio una causa válida. Recuerdo que algunas fuentes consultadas por los periodistas dijeron que la Ley de Seguridad Interior prohibía que el Ejército actuara en el marco interno, lo cual era una estupidez además de ser totalmente falso. Es bien sabido que antes y después del 18 de julio de 1994 habíamos concurrido e intervenido en apoyo de nuestra comunidad frente a emergencias de todo tipo. Grandes nevadas en el sur, inundaciones en el litoral, aluviones en Córdoba, cortes energéticos en la Capital Federal; nuestros ingenieros habían construido puentes de emergencia en incontables rutas de la Patria.
Incluso también habíamos concurrido fuera de nuestras fronteras, como en caso de la ayuda prestada a nuestros hermanos bolivianos en ocasión del terremoto que asoló Cochabamba.
Abundando en la excelencia profesional de nuestras tropas especiales de Ingenieros, recordemos que durante la última década venían operando en Kuwait, bajo la bandera de paz de las Naciones Unidas, donde realizan tareas más complejas y peligrosas que las que hubiera demandado el atentado terrorista contra la AMIA.
Lo cierto es que recién dos días después vimos con tristeza cómo soldados del Ejército de Israel, llegados en avión casi desde las antípodas, intervenían en el lugar del hecho cumpliendo las mismas tareas que nosotros hubiéramos podido cumplir mucho antes. Los camaradas israelíes hicieron un buen trabajo, sin duda con el mismo profesionalismo que hubieran desplegado los argentinos. Lo lamentable es que se perdió un tiempo precioso, difícil de recuperar cuando se trata de remover escombros y aún existe la esperanza de rescatar a alguien con vida.
¿Por qué no se quiso recurrir al Ejército? Aún hoy no tengo respuesta.
De lo que sí estoy seguro es de que aquel atentado terrorista no fue perpetrado sólo contra una arraigada institución de nuestra comunidad judía sino contra todo el pueblo argentino.
Notas Relacionadas
10/10/2006 Contacto iraní
09/12/2020 Janucá y la lucha feminista
06/10/2003 Extraordinaria y lenta utopía