La mayoría de nosotros, educados en la Argentina, somos hijos de una educación forjada en la historia de un Panteón Laico, donde la existencia de la Patria fue preexistente a la Revolución de Mayo, con un relato secular poblado de santos (héroes), como sería el caso del Santo de la Espada, San Martín y de mártires: ¿Dorrego? ¿Lavalle? ¿Belgrano?… como los hay en la teología católica, aunque fue creado por liberales y por un socialista como José Ingenieros.
Algunos revisionismos y otras obras de temas históricos que están muy de moda, con gran repercusión y muy exitosas ventas, ofrecen una perspectiva que oscila entre la teoría conspirativa o la anécdota intrascendente que no pueden explicar o ayudar a comprender algunas de los procesos y dificultades con que por aquella época se tropezaban quienes estaban tratando de lograr una estabilidad política para definir la creación de una Nación, nada más y nada menos.
Los problemas con que se enfrentaban los revolucionarios por aquellos lejanos tiempos eran muy graves y de distinto carácter. Por una parte el rey Fernando VII había recuperado el poder en España. Cuando retomó el poder, la gente que fue llevada al cadalso fue mucho más numerosa que los que murieron guillotinados durante la Revolución Francesa.
Por otra parte, el Ejército del Norte se había mostrado incapaz de detener los avances del ejército español que amenazaba desde el antiguo Virreinato del Alto Perú, por lo que la defensa de la región, luego de haber perdido para estas provincias el dominio de lo que ahora es Bolivia, quedó a cargo de las montoneras comandadas por Martín de Güemes.
También se había resuelto crear de un ejército bajo el mando del General José de San Martín que se proponía llegar a Chile y de allí a Lima, al corazón mismo de la amenaza española, muy peligrosa para Buenos Aires. Otra gravísima cuestión a resolver era el profundo desacuerdo entre Buenos Aires y las provincias sobre el proyecto de construcción de la Nación, que había derivado en la posibilidad de crear una monarquía que lograra una centralización y un orden político que hasta ese momento había sido imposible de alcanzar.
Portugal, por su parte, había iniciado una guerra con la intención de apoderarse de la Provincia Oriental del Uruguay para incorporarla a su imperio y con la denominación de Provincia Cisplatina.
La Inquisición y después
La iniciativa de declarar la Independencia estaba relacionada también con el hecho de blanquear una situación ambigua comenzada en 1810, e intentar organizar un nuevo Estado. Así era de grave y compleja la situación que atravesaba el país por aquellos días.
Preguntarse, entonces, sobre presencia judía en el momento en que tenían lugar esos acontecimientos es ignorar el profundo rechazo y desprecio que existía por los judíos en esta región del mundo. En parte, este sentimiento estaba inspirado en la mirada doctrinal sobre el judaísmo y los judíos como asesinos del hijo de Dios. De acuerdo a la teología cristiana, no debe olvidarse la prohibición que -desde tiempos de la conquista- vedaba la entrada a la América colonial de gente que poseyera sangre de moros y judíos. Para poder llegar allí, había que exhibir un certificado de pureza de sangre. Por supuesto, las falsificaciones existían y además era imposible que alguien pudiera mostrar tal prístina ascendencia proviniendo de una población tan mezclada como lo era la ibérica. De alguna manera, judíos y moros se habían entrecruzado con la población cristiana en el larguísimo período de estancia en la península, especialmente los judíos que habían residido allí por mas de mil años. En Buenos Aires quien tenía sangre judía, o de hecho lo era, lo mantenía rigurosamente oculto. Sólo en 1813, la Asamblea había anulado la existencia de la Inquisición que tanto aterrorizaba a la población.
En Europa
Es necesario entonces intentar saber qué sucedía con los judíos en otros lugares del mundo, en especial en Europa, protagonista de los cambios más espectaculares. En el caso de los judíos que habitaban el territorio de Francia, el norte de lo que ahora es Italia y el sur de Austria, los judíos se habían convertido, por primera vez en la historia, en ciudadanos del Imperio de acuerdo a las exigencias del Emperador Napoleón. Los judíos franceses vieron esperanzadamente la obtención de derechos y garantías para su existencia, en tanto que a partir de 1818 comenzaron a establecerse las primeras escuelas judías donde también se crearon escuelas para niñas.
Los judíos habían hecho su entrada a la historia de Occidente de manera oficial, se integraron al Estado como ciudadanos de todo derecho, una ilusión de igualdad que se desvaneció con la aparición de las publicaciones de Edouard Drumond, y la campaña antisemita que se inició y culminó con el caso Dreyfus.
Las promesas de la Revolución Francesa iban a derivar en un amargo final y una gran desilusión para los judíos europeos.
El Imperio Ruso en 1804, con una numerosa población judía había autorizado la admisión de judíos en las escuelas elementales, secundarias y de nivel universitario. También fueron autorizados a tener sus propias escuelas siempre que los idiomas que se enseñaran en ellas fueran el ruso, el polaco y el alemán. En contraposición, les fue prohibida la residencia en las aldeas, con una serie de medidas económicas que perjudicaba mucho a un gran sector de la población de origen judío. También fue promulgada una medida que obligaba a los judíos a residir en un área denominada Zona de Residencia. En 1817, el Zar Alejandro I prohibió el libelo de sangre, antigua acusación que pesaba sobre las comunidades judías, causándoles terribles penalidades y grandes persecuciones.
El territorio de Polonia y Lituania, había sido dividido entre Prusia y Austria. Antes de su desmembramiento había habido varios esfuerzos por integrar a los judíos a la nación polaca de acuerdo al espíritu propiciado por el Siglo de las Luces, el Iluminismo, todo ello terminó cuando Polonia desapareció como Estado. La judería de origen polaco lituano quedó bajo el gobierno zarista del Imperio Ruso, en 1807, se creó el Gran Ducado de Varsovia, en 1815 el Congreso de Viena autorizó la anexión al Imperio Ruso del semi autónomo Reino de Polonia.
Había por parte de los liberales polacos y de judíos ilustrados, el deseo de que el judaísmo se integrara plenamente y dejara de ser un “Estado dentro de otro Estado”, esto fue propuesto en las obras que en 1815, publicaron H. Kollantaj y M. Butrymowicz, allí exigían una reforma en la vida judía en Polonia, tanto en las instituciones como en sus costumbres. Czartoryski un noble nacionalista polaco fue quien lideró la exigencia de la integración por parte de la comunidad judía, según él los judíos sufrían a causa de su insisitencia en permanecer apartados o separados de los otros polacos, negándoles a todos juntos un futuro de bienestar y prosperidad. Czartoryski propugnaba la asimilación, oponiéndose a toda actividad de carácter judaico, tanto fue así que en 1813 se había opuesto a la publicación de un diario impreso en idisch, en Vilna. Los escritos de Kollantaj y M. Butrymowicz provocaron un ataque contra las prácticas económicas de los judíos en la ciudad porque, según ellos, oprimían y corrompían al campesinado. Esta exigencia aumentó y con ella se logró la eliminación de las kehilot en Polonia.
Entre 1813 hasta 1815 los judíos de origen austríaco lucharon contra Napoleón y participaron en la batalla de Waterloo. Se cuenta que entre sus filas hubo muchos muertos y heridos, también varias condecoraciones al valor: uno obtuvo un Cruz al mérito, setenta y dos ganaron la Cruz de Hierro y veintitres fueron ascendidos a oficiales por su meritoria actuación, una mujer recibió la Cruz de Hierro, Luise Grafemus, cuyo nombre de nacimiento era Esther Manuel, su marido había muerto en acción de guerra en 1814 en Francia. Muchos judíos vinieron de Estados Unidos a combatir por Austria , gran parte fueron médicos en el frente, mujeres judías actuaron como enfermeras en campamentos y hospitales. No obstante toda esa actuación no sirvió de nada, a los judíos le fueron retirados derechos y libertades que les había concedido Napoleón en su exitosa guerra de conquista.
En lo que a partir de 1870 fue el Estado Italiano, la situación de los judíos variaba para la época según las ciudades o regiones donde habitaran. Así, en algunos lugares fueron restablecidos los guetos en tanto que en otros fueron abolidos y a los judíos se les reconocieron libertades y derechos. En la Toscana, el Gran Ducado fue restaurado en 1815, siéndoles garantizadas a los judíos algunas igualdades pero negándoles el ingreso al ejército y la administración pública. En Parma se les prohibió residir en la ciudad, en el reino Lombardo-Veneciano, bajo el dominio de Austria, donde había importantes comunidades como las de Mantua, Venecia, Verona, Padua, las condiciones no eran muy favorables. En Roma la noticia de la caída de Napoleón, en enero de 1814, produjo un ataque contra los judíos.
La integración
Entre todos los países europeos que habían estado bajo la dominación francesa hasta 1814, los Países Bajos constituyeron una única excepción: no tocaron la igualdad de derechos reconocida a los judíos. Con respecto a la Madre Patria, nos cuenta el historiador Caro Baroja, que fue Napoleón quien suprimió al Tribunal Inquisitorial en 1808, hubo gente que consideró esta medida como extremadamente impía. Las cortes de Cádiz, que ejercieron el poder en lugar del rey Fernando nunca pusieron en cuestión la unidad católica de España, pero cuando el rey recuperó al trono, decretó el reestablecimiento del Tribunal Inquisitorial en 1814 que recién fue eliminado junto a los estatutos de limpieza de sangre en 1823.
En cuanto al continente americano, en el norte, cuando los Estados Unidos de América se independizaron de Inglaterra, no cambió mayormente el status político de los judíos norteamericanos, la Constitución que esa nueva nación había adoptado, años mas tarde les dió la igualdad a nivel federal, sin embargo para 1820 sólo 7 de los 13 estados originales habían reconocido a los judíos sus derechos políticos. Numerosos judíos fueron designados para cargos públicos, y algunos de ellos lograron introducirse dentro del ejército y de la armada, a pesar de que esta última tenía una posición muy hostil respecto a los aspirantes judíos. De todos modos y progresivamente prosperaron y en algunas regiones, a pesar de su condición se integraron plenamente.
Esta breve reseña de la situación de los judíos en otras regiones del mundo, demuestra cuan importante y activa fue la presencia judía y los conflictos que ella suscitaba. En cambio, cuando se llegan a los textos históricos de la época, en el pasado argentino, nada de toda esa actividad, de toda la conflictividad se refleja de algún modo, de alguna forma.
Los judíos permanecen ausentes, pasarán muchas décadas para que se reconozca, se tolere y se de pruebas sobre cuales sentimientos provocaban los judíos en la opinión pública argentina, y en un comienzo en casos sumamente aislados, hasta la publicación de la novela antisemita “La Bolsa” escrita por Julián Martel.
Allí aparece una de las manifestaciones de antisemitismo con un judaísmo casi inexistente. La mano larga del odio antijudío se había hecho presente a través de la influencia que el antisemitismo francés ejerció en estas lejanas playas. Por todas estas razones es por las que no pudimos encontrar ningún congresal judío, o protagonistas de aquellos hechos que tuvieron lugar en la Provincia de Tucumán en 1816. No estaba permitido ser judío en los territorios de las Provincias del Río de la Plata, y por lo tanto ningún judío oficialmente tuvo ningún tipo de participación o intervención en todos estos acontecimientos.