El judaísmo, cuando estableció el monoteísmo, determinó una serie de mandatos, prohibiciones y castigos asociados con la reproducción y la sexualidad relacionados con la época y condiciones en que surge. El judaísmo, como religión de un pueblo, de un grupo étnico, debió confiar su continuidad -entre otras cosas- a su capacidad para engendrar y conservar viva a su descendencia, la continuidad del grupo étnico y sus tradiciones religiosas, en épocas donde muy pocos niños llegaban a la edad adulta y las mujeres morían muy fácilmente de parto.
Recordemos que no solo la capacidad de engendrar era lo que estaba en juego hace 2.500 años, el problema de la subsistencia de las mujeres, las parturientas, y del crecimiento de niños que lograran llegar a la edad adulta fue un drama que alcanzó a toda la humanidad.
Los recaudos para preservar la continuidad estuvo fuertemente determinado por el mandato divino ”Creced y multiplicaos”, las prohibiciones de homosexualidad cuya transgresión se castigaba con espantosos castigos -Sodoma y Gomorra son un buen recordatorio- lo mismo que la condena del onanismo, palabra derivada de Onán, personaje bíblico cuyo nombre fue utilizado para designar una práctica sexual que impide la fecundación.
Por el mismo motivo el aborto también era considerado un pecado, las relaciones sexuales dentro de los cánones determinados por la ortodoxia están destinados a favorecer el embarazo.
Cuándo sí y cuándo no
La concepción y la descendencia son un tema central dentro del judaísmo, no hay solo razones personales o individuales, la continuidad del pueblo judío esta ligada a la procreación y los nacimientos. Pero el judaísmo al no ser una religión dogmática ofrece algunas variantes acerca del tema según la pertenencia a los diferentes grupos que lo componen. Para la tradición judía la vida de cada individuo es sagrada, el recurso del aborto sólo está autorizado si hay razones de mucho peso que lo determinen. Para el judaísmo es siempre mucho más importante la vida de la madre, que la de un posible ser humano, como considera al feto. Para quienes piensan así, el embrión o el feto no son personas, sólo forman parte del cuerpo de la madre, sólo el nacimiento transforma al nonato en una persona, un ser humano y su vida adquiere un valor sagrado.
Por lo tanto un aborto sin razones que lo justifiquen es una falta grave pero no un asesinato como en el catolicismo. Cuando el embarazo pone en riesgo la vida de la madre, el aborto está justificado porque se está obrando en defensa de la vida. Un precepto talmúdico sostiene que no se comete un asesinato cuando se obra en defensa de la propia vida.
Desde la posición talmúdica, el feto no forma parte del cuerpo de la madre pues tiene un alma independiente de la de su madre concedida desde el momento en que es concebido pero, a la vez, hasta los primeros 40 días del embarazo considera que el embrión sólo es agua. A pesar de que estas definiciones son ambiguas, es claro que durante los primeros 40 días de embarazo el feto no tiene un alma ni es una entidad separada de su madre.
El judaísmo jasídico y cabalista, que se basa en el Zohar, obra que dio origen a todo el judaísmo místico, considera que el embarazo es obra de la voluntad divina, y todo aquello que impida su continuidad y desarrollo implica desafiar la voluntad de Dios por lo que el aborto es un hecho de profunda gravedad.
La malformación o los problemas del feto son parte de esa decisión y no debe interrumpirse la gestación.
El judaísmo conservador adhiere a estas cuestiones pero, tal vez, ponga el acento en que el riesgo que significa para la madre ese embarazo es algo que ella podrá determinar en consonancia con una autoridad rabínica.
El cristianismo, y en el caso de la Iglesia católica en particular, tiene un problema que proviene de sus orígenes, de su rechazo a la sexualidad. Mientras en el judaísmo Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por desobedecer la orden divina que les impedía comer el fruto de la sabiduría, para el cristianismo el pecado que cometieron fue el de mantener relaciones sexuales.
Ese es el Pecado Original, y esa es una de las razones del bautismo porque se considera que el agua lava el origen espurio del ser humano.
El cristianismo reniega de la sexualidad, considera que su única finalidad es la de la concepción, esa es una de las razones básicas de la oposición de la Iglesia al uso de preservativos, y con mayor razón aún se refrenda su oposición frontal al aborto.
Esta es una diferencia decisiva entre ambas religiones, judaísmo y cristianismo, y de ahí las diferentes posiciones que mantienen frente a los temas de la sexualidad.
El judaísmo entiende que el instinto no es fácil de eludir y desconocer en la conducta humana. Reconoce su poder y propone modos de controlarlo. No ocurre lo mismo en el cristianismo, que lo rechaza absolutamente dado que lo considera como el aspecto más bajo y deleznable de la condición humana.
Por el momento no ha resuelto esta contradicción esencial y eso es algo de lo que, en general, no se habla abiertamente, sobre todo en estos tiempos donde -al menos en apariencia- parece haberse derrumbado innumerables tabúes y mitos sexuales.
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