La desaparición de Yassser Arafat fue considerada en todo el mundo como el fin de un obstáculo importante para reanimar el desfallecido proceso de paz. Era necesario que los palestinos fueran a las urnas y eligieran a una personalidad respetable que pudiera unirlos y, con una sola voz, negociar con los israelíes la paz que todos necesitamos. Los primeros movimientos despertaron esperanzas. Abú Mazén, primus inter pares de los tunecinos, los hombres que acompañaron a Arafat al exilio y que están en torno a la setentena, parecía haber llegado a un acuerdo con la generación de la Primera Intifada, aquellos que se encuentran en los cuarenta años y que cuentan con apoyo real de la población. En un primer momento Mohamed Dahlán, la figura más destacada y carismática de Gaza, junto con Barguti, el indiscutido dirigente de Al Fatah en Cisjordania, aceptaron la candidatura presidencial de Abú Mazén.
Creímos en la existencia de un entendimiento intergeneracional para preparar desde la unidad el relevo progresivo a los más jóvenes. Resultó una ficción, un hermoso sueño que nos devolvió a la realidad de una zona del planeta donde lo que puede salir mal acaba saliendo mal.
Barguti se presenta a las elecciones desde su celda en Israel. A diferencia de Abú Mazén, tiene carisma y fama de persona honrada. Resulta obvio que todo aquél que haya estado en la proximidad de Arafat es sospechoso de corrupción, por practicarla o consentirla. Barguti puede batir a Abú Mazén y, de esta forma, volver a situar el proceso de paz en un callejón sin salida.
Durante años Barguti fue uno de los personajes mimados por la diplomacia israelí. Era un hombre honrado, que aceptaba la existencia del Estado de Israel y con el que se podía negociar. Pero, a diferencia de Dahlán, se dejó llevar por la lógica de la Segunda Intifada, la trampa a la que llevó la falta de valor de Arafat. No quiso retirarse a un segundo plano. Bien por el contrario, asumió la dirección de las Brigadas de Al Aqsa, el grupo terrorista de Al Fatah. Su responsabilidad en la organización de actos de este signo es evidente y ahora se encuentra en una cárcel israelí condenado a cinco cadenas perpetuas. Si Bargutti ganara, los palestinos no sólo tendrían a su presidente encarcelado sino que, sobre todo, asumirían su condición de terrorista. No está nada claro que Israel o Estados Unidos estén dispuestos a negociar con una persona condenada por este motivo. Sería una mala señal enviada al resto del mundo.
Muchos palestinos pueden estar tentados a jugar fuerte y tratar de forzar de este modo la liberación de Barguti. El precio de esta maniobra puede ser muy alto. Nos sobran planes de paz y foros. Lo que necesitamos es un dirigente palestino con capacidad para negociar. Sería desastroso para todos nosotros, pero muy especialmente para los palestinos, que, de nuevo, echaran a perder una excelente oportunidad para resolver uno de los problemas que más tensión genera en esta compleja región del planeta.
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