Un ‘Clarín’ bárbaro (que dio vergüenza ajena)

¿A quién le importa la historia? El caso de Telma Luzzani

Al leer el artículo de Telma Luzzani, en el diario Clarín del pasado domingo 14 de noviembre, no puede evitarse la reflexión sobre la evidente contradicción de esta época. Por una parte la existencia de un nivel de medios de comunicación y capacidad de información como no se ha visto en la historia, y por otra, una muestra de una sorprendente banalización e ignorancia por parte de quienes también deben contribuir a educar y crear opinión pública a través de la información que trasmiten. ¿Formación o deformación de la realidad? No puede menos que asombrar el nivel de ignorancia y desinformación que se advierte en la lectura del artículo de referencia titulado "Los palestinos, una larga historia de desarraigo, guerras e indiferencia" (página 26 de la edición papel). Con una serie de frases cortas y grandilocuentes, en un estilo francamente dramático, la periodista de Clarín, Telma Luzzani, y sus editores, ha sido capaz de inventar un relato en el que demuestra que ni siquiera recurrió a lo que hubiera podido encontrar en algún libro de historia de enseñanza secundaria. El texto de Luzzani está plagado de inexactitudes históricas y aparente mala intención, y sorprende su publicación porque se supone que los periodistas deberían de poder exhibir una formación que incluya conocimientos históricos básicos y cierta capacidad de objetividad para impedir que un artículo termine pareciendo, o siendo, un panfleto de propaganda. A continuación, nuestra colaboradora y profesora de historia Alicia Benmergui, desgrana las barbaridades y errores históricos incluidos en el escrito de Luzzani. Quien quiera aportar más datos puede hacernos llegar su escrito a esta misma página, y ¿por qué no?, también a Telma Luzzani a su e-mail de conocimiento público: tluzzani@clarin.com Tal vez, juntos, a ella y a sus editores podamos hacerles conocer otra historia plagada de hechos verídicos inobjetables y no como los aparecidos en su artículo que lejos están, incluso, de definirse -sencillamente- a favor o en contra de algún tipo de resolución del ya duro y sangriento conflicto del Medio Oriente.

Por Alicia Benmergui

Lo aparecido en negrita corresponde al texto de Luzzani. Abajo, la respuesta de Benmergui.

No hubo en la historia emperador ni imperio que no la invadiera y dejara en ella sus marcas de raza o sus huellas culturales. Es que Palestina (en griego, «la tierra de los filisteos») no fue tan codiciada por sus recursos naturales como por el valor estratégico que le da su ubicación entre Asia y Africa; entre el Mediterráneo y el desierto Arábigo.
Primero pagana, después judía, Palestina fue mayoritariamente cristiana desde el año 70 (cuando los judíos abandonaron la región) hasta la conquista de los árabes musulmanes en el 637. Desde entonces y hasta el siglo XX su población fue convirtiéndose al Islam.

En ese territorio que en el mundo antiguo formó parte de la llamada Media Luna Fértil, estuvieron instalados diferentes pueblos, uno los más antiguos fueron los cananeos, de quienes -dicen algunos reputados historiadores- proviene el pueblo judío.
Allí, en esa región emergió y creció uno de los reinos más importantes para la historia de Occidente y del Islam también: fue el Reino de Israel. Junto a él estaba el reino de Judá de importancia menor, pero que tenía como capital a Jerusalem, donde estaba el centro de culto de la primera civilización monoteísta que registra la historia, el judaísmo, antecesor del cristianismo en todas sus formas y del Islam. La mayoría de los pueblos que habitaron esos territorios, incluidos la Península Arábiga y la Mesopotamia eran de origen semita, entre ellos -nada más y nada menos- que los notables fenicios.
Los filisteos fueron invasores de origen indoeuropeo, llamados también “Pueblos del Mar”. Eran muy temidos no solo por los pueblos sino también por los imperios de la región, como fue el caso de Egipto, eran buenos navegantes y peligrosos guerreros.
Ciertamente por allí pasaron distintos conquistadores, no solo imperios, que no traían la marca del destierro, pero sí la de la conquista, como fue el caso de los Asirios, la máquina de guerra más perfecta que conoció la antigüedad. En el 770 invadieron y destruyeron al reino de Israel.
Se llevaron al destierro a la población que sobrevivió a la destrucción y que pertenecían a las que se conoce como las diez tribus perdidas de Israel.
Al reino de Israel le sobrevivió el reino de Judá, de ahí el origen de la palabra judío, que adoptó el nombre de Israel. En el año 585, Jerusalem es invadida por Nabucodonosor, rey de los babilonios, que se lleva a lo más granada de su población al destierro en Babilonia. Babilonia es derrotada, a su vez, por los persas que en el siglo V disponen que dos emisarios de origen judío, Eszrah y Nehemías, reconstruyan al destruido templo y los muros de la ciudad de Jerusalem.
En ese momento se constituye el judaísmo definitivamente como religión. Luego, este reino cae bajo el dominio primero de los tolemaicos, dinastía instalada en Egipto, y luego por los seleúcidas, vencedores de los primeros, cuya capital estaba en Damasco.
Cansados los judíos de los abusos y explotación padecida a mano de los helenos, se levantaron en una insurrección que casi todo el mundo conoce como el levantamiento de los Macabeos, cuya dinastía gobernará durante un siglo.
Al final de su reinado aparece en el horizonte una nueva potencia que es Roma, todavía no constituida en Imperio, pero que invade Jerusalem, transformándola en una de sus provincias que se conoció como Judea.
El padecimiento sufrido por los judíos a manos de los romanos generó el surgimiento de diferentes agrupaciones y sectas, entre las cuales surgirá el cristianismo, los judíos fueron el enemigo más contumaz que tuvieron los romanos, por lo que las tierras de Judea estaban llenas de judíos crucificados por su rebeldía. En Roma podían verse prisioneros judíos vendidos como esclavos. La rebelión culminará con el levantamiento de Jerusalem en año 70 de nuestra era.
El Templo será destruido, Jerusalem -la ciudad que había sido el corazón del judaísmo- demolida y arada, con la prohibición expresa hacia los judíos de poner un pie sobre sus restos.
Los romanos, expertos en su capacidad de destruir civilizaciones, le cambiaron el nombre a Judea, por el de Palestina, confiaron que sucedería con Jerusalem como con Cártago. Pero los judíos no olvidaron a su capital ni a su nombre, en el año 135 de nuestra era protagonizan otro terrible levantamiento cuando el emperador Adriano nombra a Jerusalem, Elia Capitolina, instalando allí una guarnición romana.
Este levantamiento provocó miles de muertos y una numerosa población judía es trasladada a Roma para ser vendida como mano de obra esclava.
No obstante hubo judíos que nunca abandonaron los lugares que consideraban santos en distintas regiones del viejo Israel y por 2000 años -en todos sus rituales- mantuvieron la memoria de su historia y su lealtad a Jerusalem (por eso, también, todas las sinagogas de todo el mundo están orientadas hacia Jerusalem).
Por dos mil años los judíos que podían marchaban a vivir a Tierra Santa o, al menos, a morir para ser enterrados allí.
Cuando Roma se convierte al cristianismo, Bizancio no tarda en adueñarse de la antigua capital de Israel, para ser, más tarde, desplazada por los musulmanes. Luego, por allí, llegaron los Cruzados, y otra vez los musulmanes.
Pero la memoria judía nunca olvidó a Jerusalem.
Cuando formó parte de los dominios del Imperio Otomano, no tenía la denominación de Palestina, que le fue restituida por el mandato británico que se adueñó de esos dominios luego de la derrota sufrida por los turcos en la guerra de 1914.
Siempre hubo judíos en diferentes sitios del antiguo Israel, en Safed, en Tiberíades y por supuesto en Jerusalem.
Los judíos, aún en pequeño número, en algunos momentos de la historia siempre estuvieron establecidos en esos territorios. Jerusalem, Tiberíades, Safed, Akko, la Galilea, siempre recuerdan presencia judía. Esta se vio incrementada para el siglo XIX con la llegada de los primeros inmigrantes sionistas que escapaban de las matanzas europeas procurando hallar un lugar pacífico y acogedor en contraposición del infierno del que huían.
Su presencia comenzó a incrementarse desde 1881 con el comienzo de los pogroms que tuvieron lugar en Rusia, y más aún luego de la sesión del primer Congreso Sionista.
Los judíos pagaron a precio de oro cada pedazo de tierra que consiguieron. Y las condiciones de subsistencia de las primeras colonias fue muy dura.

Durante la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña usa a los árabes (a quienes después traicionará) para arrebatarles Palestina a los turcos (aliados de Alemania).
Pero Su Majestad había –simultáneamente- acordado en secreto con Francia que se repartirían el Oriente árabe y había prometido a los riquísimos banqueros judíos Rothschild «que se establecería en Palestina un hogar nacional para el pueblo judío (Declaración Balfour, 1917). Esto era importante para Londres no sólo por la capacidad financiera de los Rothschild sino porque quería frenar cualquier expansión de Francia. Para eso necesitaban, según palabras del dirigente sionista Haim Weizmann, «una Palestina judía». La colonización británica duró hasta el fin de la Segunda Guerra (tiempo en el que creció la migración judía originada por diversas persecuciones). Por el Holocausto nazi aumentó la presión a favor de los judíos y Gran Bretaña transfiere la cuestión a Naciones Unidas. Las potencias vencedoras deciden la creación del Estado de Israel en 1948 dividiendo el territorio en dos mitades. Con las guerras y las ocupaciones el territorio palestino quedó reducido a una quinta parte. Los árabes quedaron fragmentados: unos fueron forzados a emigrar (a El Líbano, Siria, Jordania y Egipto), otros conviven tensamente con los israelíes en el nuevo Estado y, después de 1967, muchos en Gaza y Cisjordania quedaron bajo ocupación israelí).
En los ´50 y ´60, la resistencia árabe buscaba evitar la expropiación territorial, que se vivía como desarraigo personal y colapso social. Lideraban la lucha militantes que eran también escritores como Tewfik Zayyad o Emile Habibi. Para el mundo, el problema no era visible y dominaba la idea de una «compensación» a los judíos por el Holocausto.
En los ´70, la resistencia tomó cuerpo entre los exiliados. Apareció la figura del ‘fedayin’ con sus emblemáticos símbolos de rebeldía: el ‘kefieh’ o pañuelo que originariamente usaban los beduinos en la cabeza y la Kalashnikov en la mano. Estos militantes no sólo protestaban contra Israel y sus socios de Occidente, sino también contra los «hermanos» árabes que no ayudaban. Yasser Arafat fue una de esas figuras típicas de la Guerra Fría que mezclaba al rebelde con el revolucionario y el terrorista.
En Gaza y Cisjordania, entretanto, el silencio era sólo perturbado por manifestaciones dispersas y poco organizadas. Había militantes en prisión pero la anomia era interpretada como que los ocupados habían aceptado su destino. Hasta el 8 de diciembre de 1987, cuando la Intifada de los adolescentes palestinos hizo ver que la ocupación no era aceptada. El mundo quedó impactado.
Un emotivo artículo publicado el 18 de diciembre en el diario israelí Hadashot da cuenta de ese estupor. «Desde la ruta se veían las barricadas, los neumáticos incendiados, los bidones», escribe el periodista. «Eran adolescentes. Tiraban piedras que caían a 20 metros de los soldados. De repente uno de ellos vestido de azul pasó la barricada. Miraba a los soldados fijo a los ojos. No tenía miedo. Toda su existencia se resumía en ese acto de resistencia. Un soldado le gritó ‘¡Vení, desgraciado!’ y le mostraba el arma. Y el chico avanzó. Se agachaba para agarrar una piedra, la lanzaba y seguía para adelante. El soldado le apuntó y el chico sin importarle siguió caminando, desafiando al fusil. Chiquito -termina el periodista- ¿qué te hizo la vida para que hayas perdido el miedo a la muerte?»
Ese día Intifada, la palabra árabe que significa ‘revuelta’, se hizo conocida. Algo cualitativamente diferente había empezado. Esos pequeños que enfrentaban con gomeras las armas sofisticadas del ejército israelí fueron para el mundo una imagen perturbadora y difícil de explicar.
Había cambiado el escenario de la protesta: del exilio a los territorios ocupados. Desde ese día ya nadie podría decir que no sabía que la población palestina rechazaba la ocupación. Hizo falta que llegara una nueva generación, la de los hijos de quienes en 1948 quedaron aturdidos y paralizados, para expresar el rechazo; para que Occidente aceptara la creación de la Autoridad Nacional Palestina y Yasser Arafat alcanzara la estatura de un jefe de Estado.
A fines del siglo XX, una tercera generación de palestinos tomó la posta dando un paso aún más desesperado, al que se sumaron las mujeres. Ahora ya no encuentran la muerte desafiando con piedras los fusiles israelíes sino que se convierten, ellos mismos, en armas y buscan infligir con sus ataques suicidas el mayor número de bajas en su enemigo. La lucha por la tierra, la identidad y la dignidad se encuentra en su límite con el exterminio.

Cuando comenta que los “riquísimos banqueros judíos Rotschild” tenían un poder tan enorme que podían arreglar hasta la cuestión de la creación de un “Hogar Nacional para el pueblo judío” se le escapa una opinión visiblemente antisemita y prosigue con la manipulación de la información cuando afirma “que creció la migración judía originada por diversas persecuciones”. Estas persecuciones a las que les resta importancia eran la mortal amenaza nazi fascista que se cernía sobre los judíos europeos, quienes no tenían hacia dónde huir.
En Palestina se había levantado una revuelta nacionalista árabe que no sólo se manifestó en cruentos ataques hacia la población judía, sino que logró que Gran Bretaña se sometiera a sus amenazas publicando un Libro Blanco, por el que se restringía la entrada y establecimiento de nuevos inmigrantes judíos. Los británicos cedieron al chantaje de los nacionalistas árabes que fueron aliados de los nazis. Uno de los más fervorosos fue el Gran Mufti de Jerusalem, parte de las fuerzas árabes integraron un cuadro árabe de la Gstapo.
La afirmación de que el “Holocausto Nazi aumentó la presión a favor de los judíos” es un comentario ridículo donde es muy visible que Luzzani no se tomó el tiempo de revisar lo que escribió, añadiendo al error una infamia al mencionar que en realidad el Holocausto tenía la intención de favorecer a los judíos para ejercer presión logrando que se instalaran en Palestina ¿Tal vez no cree en la veracidad de la existencia del Holocausto? Parece ignorar que en realidad, bajo el dominio inglés, los puertos de Palestina estuvieron herméticamente cerrados para la única salvación posible que les restaba.
La Partición de Palestina fue declarada por las Naciones Unidas, no se hizo en partes iguales, los judíos fueron los más desfavorecidos. A pesar de ello se dieron por satisfechos. Los dirigentes árabes de Palestina y los estados árabes rechazaron la decisión de las Naciones Unidas y declararon la guerra ante la pasividad inglesa.
Cientos de miles árabes huyeron en masa, instigados por la dirigencia árabe ante la promesa de la derrota judía. En 1949 se firmó un armisticio entre el Estado de Israel y la Liga Arabe por el que los territorios al oeste del Jordán pasaron a posesión de Jordania y la Franja de Gaza pasó a Egipto.
Como consecuencia de todos estos hechos, miles de palestinos pasaron a la condición de refugiados. Las guerras posteriores agudizaron los enfrentamientos y el agravamiento de la situación de esta población. Al llegar al final de la lectura es clara su posición, definidamente a favor de los palestinos, y también su gusto por las expresiones altisonantes que no esconden su admiración por una forma de lucha política basada en el fanatismo religioso, que únicamente conduce a la destrucción y la muerte de los contendientes, en una lucha para la muerte, no para la vida.
Nosotros, que desde este lugar apostamos por soluciones justas que conduzcan a la paz, respetando los derechos de ambos pueblos, que creemos que la única solución posible es la construcción de dos Estados que garanticen la paz y la viabilidad de su existencia, consideramos que estas actitudes panfletarias y demagógicas, como la arremetida por Telma Luzzani y sus editores del diario Clarín, sólo sirven para aumentar la confusión general aportando una cuota más de odio y resentimiento a un mundo que -en este momento- necesita apaciguar los sentimientos negativos y rechazar todos los fundamentalismos del tinte que sean, para lograr que la vida de la gente, en todas partes del globo, sea mucho mejor.