En palabras de Arendt, “una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalem fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizás, a la naturaleza humana». Sucede que uno entra al cine buscando a alguien a quién putear, y lo que se encuentra, es que la mayor parte de quienes manejan todo, desde el FMI al Estado nacional, ni siquiera son portadores de una clara ideología, sino tipos mínimos más preocupados por ascender en una estructura burocrática para detentar unos gramos más de poder, asociarse a un club de golf o pagar la hipoteca de su nueva casa, antes que por joder efectivamente a alguien. Como bien lo afirma allí un ex candidato a la presidencia estadounidense, son gente comparable a los oficiales de la Gestapo, diciéndoles a sus víctimas, “no es nada personal, yo simplemente hago mi trabajo”. Por que como señala Lanata, todos se muestran solidarios, se indignan por lo que pasa en nuestro país… pero lo que se ve en el documental, es que lo único que cambia, son los exponenciales intereses de la deuda. Y pareciera que efectivamente ese es el peor de los males, porque su rostro es difuso, y es el verdadero soporte del sistema que hace sufrir a Bárbara, la nena tucumana que abre el documental llorando por que no tiene nada para comer.
Por supuesto que el documental no excluye las diferentes responsabilidades, pero en ese tamiz que va de gris a negro, muy pocos se salvan, pues queda la impresión de que si bien no es lo mismo Anne Krueger o Domingo Cavallo, que los ñoquis que estaban en la oficina de Auditoria de la deuda externa, por citar un ejemplo, ellos -y millones más- también son burócratas funcionales al sistema.
Es tal vez lo opuesto a lo que se exhibe en la reciente “Memoria del Saqueo” de Pino Solanas, donde los “buenos” son un pueblo inocente y oprimido por los “malos”: sus gobernantes y correspondientes jefes en el extranjero. A lo largo del documental, se pueden oír los discursos ingenuos y maliciosos de la vicedirectora del FMI Anne Krueger o de su vocero Thomas Dawson, los surrealistas y graciosos comentarios de los argentinos en Punta del Este, las explicaciones hipócritas de Eduardo Amadeo, Alfredo Atanasof y Jesús Rodríguez, o las palabras sensatas de un ex candidato a la presidencia norteamericana, el ex vicepresidente del Banco Mundial Joseph Stiglitz, o dos madres norteamericanas que enviaron ayuda a la Argentina.
Pero como bien lo señala Lanata, al final todos se van a dormir. Todos, menos el 50% de argentinos desesperados que día a día conviven con la miseria.
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