Hace diez años, una conspiración criminal (en la que estuvieron involucrados agentes de un país fundamentalista -Irán-, los servicios de información de la Argentina (SIDE), el entonces Presidente de la Nación (Menem), algunos ministros y funcionarios lacayunos -Corach, Kohan, etc.- y jueces, policías, hampones), hizo explotar el edificio de la AMIA en la calle Pasteur de Buenos Aires.
El edificio se reconstruyó aunque los muertos no pueden dormir en paz y los familiares de las víctimas y un puñado de abogados y periodistas llevan a cabo una lucha persistente contra todos los representantes del establishment con un único resultado: los involucrados en este crimen de lesa humanidad (término muy en boga en los últimos tiempos) fueron liberados. Los responsables transitan con entera libertad por las calles de Buenos Aires, Teherán, Londres, Washington o Santiago de Chile, el crimen está a fojas uno… o tal vez fojas cero si medimos el tremendo castigo que merecen los culpables, conocidos, presuntos y confesos, y la banalización del largo proceso que ha llevado a un callejón sin salida.
La desidia cómplice y deliberada de los investigadores, las disposiciones tendenciosas, capciosas e interesadas de los jueces y fiscales involucrados en el caso, y la de algunos dirigentes comunitarios de instituciones judías, rubrican el encubrimiento de un proceso sensacional de terrorismo de Estado en que asesinos e investigadores obran de consuno, empañan las pruebas, las ocultan o falsean, se ocupan de pistas simuladas, o las injertan… Todo con el sólo y exclusivo propósito de dejar a los verdaderos criminales -planificadores, ejecutores, colaboradores y cómplices- en las tinieblas, en la más total y absoluta impunidad.
Voces en el desierto
Voces solitarias se elevaron exigiendo encaminar la investigación por carriles no convencionales aportando datos y pruebas fruto de minuciosos trabajos de investigación… Son voces solitarias ignoradas, acalladas, ridiculizadas que, al fin de cuentas, luego de una década de fintas, equívocos, sorderas y chanzas se han demostrado serias, responsables y dignas de tomar en consideración…
No era, no soy, el personaje más indicado para tratar el tema abrasador y trágico del atentado terrorista en la AMIA. Por supuesto que me sumo a la indignación y la protesta, pero treinta años de exilio irreversible e imposible de remontar me han anclado en Israel, donde tengo otras prioridades acuciantes… Y desde este país cruzado por una guerra de exterminio imposible, en la que se violan desde las normas de la Convención de Ginebra hasta el asesinato sistemático y el castigo colectivo, de pronto me pregunto… ¿dónde constó -o consta- la presencia y la protesta del Estado de Israel, de sus gobernantes, funcionarios y diplomáticos en este tenebroso affaire criminal en el que han participado, incluso, miembros destacados de la colectividad judía argentina?
Están en el mismo lugar -señalo- donde estuvo, en la década del Holocausto perpetrado entre 1973 y hasta 1983 por los dictadores y criminales del proceso en la Argentina, cuando le vendieron armas de exterminio con las cuales -tenemos derecho a sospecharlo- habrían sido asesinados y desaparecidos un par de miles de argentinos de origen judío y otros miles que no lo eran.
Las cosas por su nombre
La historia se repite, como supo decir Hegel, pero en esta oportunidad no se trata de la primera vez como tragedia y la segunda como farsa… En este caso es tragedia lisa y llana sin importar los números y las proporciones. Si el señor Sharón pudo entrometerse en la política interna de Francia proponiéndoles a los judíos de ese país abandonarlo y afincarse en el paraíso que construyen el Likud y la camarilla fascista encabezada por Sharón Y Netanyahu, ¿cuál es la razón por la que el Estado de Israel está sumido en un pringoso y múltiple silencio sobre el caso de la AMIA y sólo se limita a un acto formal en la Kneset (Parlamento) para acallar un sentimiento de culpa (si es que lo tienen…) e interpretar, para solaz de estúpidos, la farsa de una “solidaridad” que pareciera resultarles ajena.
Embajadores y funcionarios de la embajada de Israel en Buenos Aires, como es habitual, sólo cuidan los negocios y el turismo entre ambos países y no se ocupan de esas cosas fastidiosas que quiebran el clima pastoral de las relaciones diplomáticas entre la Argentina e Israel.
Tal vez llegó la hora de llamar a cada cosa por su nombre y poner en la picota a los responsables de una masacre que, por el momento, gozan de una increíble y sospechosa protección e impunidad.
Tal vez llegó la hora de que la comunidad judía argentina le reclame la gobierno chileno la extradición del mayor responsable del asesinato de 85 personas inocentes que no pueden descansar en paz, y de las familias de las víctimas que piden saber, y quieren justicia y castigo para los asesinos.
Un ex Presidente disfrazado de peronista, cipayo del poder invisible de las multinacionales extranjeras, es cómplice del atentado terrorista en la AMIA.
Otro Presidente peronista, Néstor Kirschner, imagen de las esperanzas diluidas y postergadas de millones de argentinos marginados, tiene el poder y el carisma suficiente para despejar todas las incógnitas y procesar y condenar a los culpables. Es lo que deseamos creer… Si el solitario señor Blumberg y sus acompañantes de medio pelo han acorralado a la justicia, a ciertos políticos, e incluso a representantes del Gobierno con fines cada vez menos claros (o excesivamente claros…), la comunidad judía argentina y todos los ciudadanos que no comulgan con los crímenes sin castigo deben imitar a Hércules y consagrarse a la limpieza de la impunidad y el encubrimiento del Establo exigiendo la inmediata investigación del vergonzoso affaire de la AMIA.
Lo más desgraciado de esta tragedia es que parece saberse todo, y en realidad no se quiere saber nada. Pero sí sabemos que los asesinos están entre nosotros.
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