Una vez que esta separación efectivamente se concretón en agosto de 2005, fue claro que se había gestado un proceso de cambio en la manera como la mayor parte de los israelíes conciben que se puede reforzar su seguridad como Nación. En el pasado, otra había sido la situación: la posesión y control de extensiones territoriales con población palestina mayoritaria, conquistadas en la Guerra de los Seis Días, eran considerados elementos clave para mantener ventajas estratégico-militares de cara al estado de guerra permanente que existía entre el mundo árabe y el Estado de Israel.
Sin embargo, estos conceptos empezaron a ponerse en duda a partir de una serie de acontecimientos tales como la paz firmada con Egipto en 1979 y con Jordania en 1994, los Acuerdos de Oslo entre Rabin y Arafat en 1993 y finalmente, el estallido de la segunda Intifada -en el 2000- con su imparable ola de violencia.
Todo esto llevó a cada vez mayor número de israelíes a convencerse de que mantener la ocupación de los territorios palestinos era contraproducente para los intereses de su Estado en casi todos los sentidos.
La desconexión de Gaza ordenada y puesta en práctica por Sharón, a pesar de la oposición del sector de los colonos judíos afectados por ella, constituyó un punto de quiebre a partir del cual el abandono de los territorios palestinos dejó de ser una alternativa sólo sostenida por la izquierda israelí para pasar a ser una alternativa de consenso mayoritario entre la población general. Es por eso que el Primer Ministro Ehud Olmert puede presentar en su encuentro con el Presidente Bush y la administración americana su «plan de convergencia» como viable y, al mismo tiempo, como continuación lógica de la desconexión llevada a cabo por su predecesor.
Convergencia
Convergencia significa hoy así, en el lenguaje político israelí, el proceso de repliegue territorial a través del cual se desalojarán múltiples asentamientos judíos dispersos en Cisjordania, para marcar la frontera más hacia el oeste. Se pretende que dicha frontera incluya cuatro grandes bloques de asentamientos israelíes pero deje bajo control y posesión palestina al resto del territorio.
La intención de la ‘convergencia’ es, así, achicar el territorio para conseguir la separación respecto de los palestinos y el consecuente reforzamiento de una mayoría demográfica capaz de preservar el carácter judío y democrático del Estado de Israel.
Tanto Estados Unidos como la Unión Europea y una buena parte del público israelí, que en su momento apoyó la desconexión, están conscientes de que este proceso, llevado a cabo unilateralmente y sin acuerdos con la contraparte palestina, no solucionará el conflicto ni traerá la paz.
De hecho, Washington, preocupado de que el unilateralismo se convierta en norma, le ha insistido -en estas últimas semanas- al gobierno de Olmert para que haga lo posible por recuperar el diálogo directo con el Presidente palestino Abú Mazen y, además, que vuelva a transferir el dinero congelado por la recaudación aduanera que produce en nombre de la Autoridad Palestina.
Con todo, Olmert considera la «venta» del plan de convergencia a Bush y al parlamento americano como la menos mala de las opciones existentes, ya que la alternativa de esperar años hasta que maduren las condiciones para tener una contraparte palestina con la cual negociar -especialmente luego del triunfo de Hamas- constituiría una peligrosa parálisis dentro de la cual la fórmula de «dos Estados para dos pueblos», hoy aceptada por la mayoría de los israelíes, se debilitaría cada vez más en el horizonte de las posibilidades.
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