Los prisioneros eran registrados y recibían un número de identificación que se les tatuaba en el brazo izquierdo cuando salían de la cuarentena en Birkenau para realizar trabajos forzados en Auschwitz o en alguno de los subcampos.
También se aplicaba el mismo procedimiento a los prisioneros que eran enviados directamente a Auschwitz I: 405.000 prisioneros fueron tatuados y registrados de esta manera.
La inmensa mayoría de las víctimas de Auschwitz no era incluida en ningún tipo de registro: los hombres y mujeres que, al llegar a Auschwitz II, eran enviados a las cámaras de gas y asesinados inmediatamente.
Tampoco se registraba a los prisioneros que eran enviados a trabajar en otros campos de concentración no pertenecientes al sistema de Auschwitz.
Y aún había otro grupo de prisioneros no registrados: los que eran ejecutados después de una corta estancia en el campo.
Este grupo estaba formado, sobre todo, por rehenes, oficiales del ejército soviético y partisanos.
Los crematorios, científicamente planeados, deberían haber podido hacer frente a todo el proyecto, pero no sucedió.
El complejo tenía 46 nichos de horno, cada uno con capacidad para entre 3 y 5 personas. La incineración en un nicho duraba una media hora y llevaba una hora diaria limpiarlos.
Varios de los 70 o más proyectos de investigación médica llevados a cabo por los nazis -entre el otoño de 1939 y la primavera de 1945- tuvieron lugar en Auschwitz.
Estos proyectos incluían experimentos realizados con seres humanos contra su voluntad, y se empleó al menos a 7.000 personas, basándose en los documentos existentes y los testimonios personales. Sin duda, hubo muchos más que fueron utilizados sin que haya quedado ningún documento o testimonio.
Se realizaban tres grandes clases de experimentos:
La Luftwaffe realizaba experimentos sobre supervivencia y rescate, incluyendo investigaciones sobre los efectos de la gran altitud, las bajas temperaturas y la ingestión de agua de mar.
El tratamiento médico era la segunda clase, y tenía que ver con la investigación en el tratamiento de heridas de guerra, ataques con gas, y la formulación de agentes inmunizadores para tratar enfermedades contagiosas y epidemias.
Finalmente, había una tercera clase de experimentos raciales, incluyendo la investigación sobre enanos y gemelos y el estudio del esqueleto humano.
Todo esto se producía entre el viento, la nieve y en un ambiente desolador semejante al que debieron encontrar los soldados soviéticos aquel 27 de enero de 1945.
Unos 200 médicos alemanes participaron en los experimentos de los campos de concentración.
No olvidaremos
No queremos olvidar y no aceptamos que la historia del genocidio judío sea banalizado, negado u olvidado.
No aceptaremos que así sea, creemos que otros genocidios y otros actos de violencia y de guerra contra otros pueblos y en otros lugares son tan importantes como para nosotros nuestra propia tragedia. Estamos convencidos que subrayar su singularidad es combatir toda forma de racismo y discriminación, porque todavía hoy en día aparecen justificaciones, como las elaboradas en aquella época por los nazis, que continúan provocando otros genocidios.
Desde la memoria y desde la evocación nos estamos oponiendo a las comparaciones y simplificaciones que banalizan la tragedia de la Shoá. Rechazamos y luchamos contra el negacionismo que representa la complicidad con quienes fueron los asesinos del judaísmo europeo.
Tratar de comprender por qué la Shoá tuvo lugar, entender sus antecedentes y convertirla en un problema de la humanidad y no solo del pueblo judío, es comenzar a luchar contra todos los genocidios y las matanzas que han tenido lugar y que continúan aconteciendo hoy en día.
La historia
El historiador Enzo Traversa afirma que “existe una singularidad histórica del genocidio judío perpetrado con el objetivo de llevar adelante una remodelación biológica de la humanidad… Hanna Arendt lo reflejó bien, en su ensayo sobre Eichmann en Jerusalem, al señalar que lo nazis habían querido “decidir quién debía y quién no debía habitar el planeta”. La singularidad de Auschwitz reside en que un genocidio rompe con la solidaridad elemental que subyace en las relaciones humanas, que permite reconocerse a los hombres como tales, más allá de sus hostilidades, conflictos y guerras”.
“El nazismo acabó en tres años y medio con una de las comunidades más antiguas de Europa, los judíos estaban allí desde más de dos mil años, antes que Roma fuera imperio. Así sucedió con la judería polaca que fue eliminada en su totalidad, su existencia había representado un factor fundamental en la existencia del país”.
Traverso considera que no puede ser banalizada la historia de Auschwitz porque ocupa un lugar central en la historia del viejo continente de la cual Europa debe hacerse cargo. Para este historiador, los antecedentes de la Shoá se encuentran en la crueldad empleada contra las poblaciones que fueron sometidas en las conquistas y el colonialismo europeo. En nombre del imperialismo fueron eliminadas poblaciones enteras en Africa y Asia.
La justificación de la eliminación del “otro” en nombre de una pretendida superioridad étnica por parte del hombre blanco europeo tuvo sus orígenes en ese momento histórico, en el siglo XIX cuando los europeos se apoderaron de grandes regiones del mundo colonial. Comenzaron con el “otro” que estaba afuera, lo que produjo que, de alguna manera estaba implícito, continuarían con los “otros” que estaban adentro.
Para los nazis, ese “otro” eran todos los que no pertenecían a la raza aria germánica; en primer lugar los judíos, los gitanos, los homosexuales y todos aquellos a quienes consideraban razas inferiores.
El genocidio armenio -la matanza de 1.500.000 de ellos durante la Primera Guerra Mundial por el Imperio Otomano-, la falta de interés y la ausencia del rechazo de este hecho por parte de la opinión pública mundial, allanaron el camino para los proyectos nazis.
El nazismo pudo deducir que si faltó preocupación e interés por el destino de nada menos que un millón y medio de armenios ¿quién se preocuparía por la vida de los judíos europeos en medio de una intensísima propaganda antisemita estimulada con la venta masiva de “Los Protocolos de los Sabios de Sion” y “El Judío Internacional” de Henry Ford, vendidos por millones en el mundo entero?
La industria bélica, utilizada durante la Gran Guerra, aportó un grado dedespersonalización en el modo de eliminar al enemigo totalmente novedosa y, de algún modo, tranquilizadora. No era lo mismo disparar una ametralladora a distancia, lanzar bombas desde un avión o la utilización de armas masivas sin observar ni ver la terrible destrucción causada en otros seres humanos.
A todo ello se une la Guerra Civil Española, donde nazis y fascistas probaron sus armas y entrenaron sus hombres al servicio del franquismo sin que las naciones civilizadas consideraran la importancia de su intervención para la defensa de la República y terminaran con la matanza.
No evaluaron el peligro que subyacía en esa complicidad solapada que manifestaron por el falangismo y, por ende, con el nazi fascismo.
Los constructores de los campos de exterminio lo hicieron con un criterio tecnológico e industrial. En especial en los hornos de Auschwitz, allí crearon una cadena de producción para la eliminación de seres humanos. La analogía es siniestra pero correcta. Se fabricaban cadáveres que el mismo sistema se encargaba de eliminar eficientemente.
Hablar de Auschwitz es hablar también de Birkenau, pues fue allí donde esta industrialización tuvo lugar, donde los seres humanos fueron cosificados y parte del pueblo judío fue transformado en humo y cenizas.
El legado
El historiador Victor Karady afirma que la Shoá obligó a los judíos a pensarse de un modo nuevo, lo quisieran, o no, quedaron marcados como el “Pueblo de la Shoá” (el Pueblo del Holocausto), sostiene que la “relación de los judíos con su entorno social está marcado, desde la Shoá, por la ‘Edad de la Ira’…”
Para Karady, así como el nazismo mató a todos los judíos, sin discriminar entre ellos aún aquellos que se habían asimilado totalmente o más aún -con aquellos que eran totalmente conversos de otras religiones- la misma convicción inversa une fuertemente a todos quienes están relacionados con el judaísmo.
“Esta conciencia de formar parte del ‘Pueblo de la Shoá’ está difundida incluso en los grupos que están totalmente asimilados y que son ajenos a todos los valores culturales de la identidad judía.
Hijos de conversos o de matrimonios mixtos que en el pasado habrían perdido todo contacto con el judaísmo, intentan ahora adquirir una identidad judía que dé un sentido imponderable al sufrimiento de los padres, de los abuelos o de otros miembros de su familia”.
Jean Mouttapa, un escritor francés que trabaja por la reconciliación entre los musulmanes y los judíos de Francia, escribió el libro “Un árabe frente a Auschwitz”, en él relata cómo Emile Shoufani, un cura católico, árabe israelí, comprende el sufrimiento que causa en los judíos el tema de la Shoá y toma la decisión de hacer un viaje conjunto de israelíes, árabes y judíos a Auschwitz.
El escritor describe la comprensión de Shoufani ante el trauma que genera en los judíos la cuestión de la Shoá, “no se trata de la desconfianza banal frente al otro sobre el que se proyectan los propios fantasmas… es la angustia oscura del hombre que siente que su vida y su ser mismo son radicalmente negados… Émile ha sentido cómo, por encima de ese hombre desgarrado, planeaba el espectro de la Shoá. Intuye que en el tono de esa voz, a través de las palabras difícilmente comprensibles, se abría paso el resurgimiento de otro miedo: el gran miedo judío, el que arraiga en dos milenios o de persecuciones, y sobre todo, en el vértigo de un pueblo que ha está a punto de ser reducido a nada. Ese día el cura de Nazaret decide “hacer algo” para ir al encuentro de ese sufrimiento…”
Mouttapa rememora las palabras del historiador Georges Bensoussan, uno de los dictantes del Seminario realizado en París, con motivo del viaje al universo concentracionario…”en Auschwitz, no sólo se mató a individuos, también se mató a la muerte. La muerte murió en Auschwitz. En todas las civilizaciones, la muerte es un proceso esencialmente humano, con un ritual muy fuerte y muy denso. Aquí ya no queda nada, ninguna huella: la propia muerte ha sido destruida…”
Tal vez, en este libro se halle mejor expresado el sentimiento que nos embarga. Hace 61 años, con la llegada a Auschwitz culminaba un proceso iniciado por el nazismo que había decidido la eliminación del pueblo judío. El régimen nazi planeó la construcción de un Imperio que duraría 2.000 años, para impedirlo fue necesario que se unieran todos los que se opusieron a ese proyecto para derrotarlo: norteamericanos, británicos y soviéticos y la población de los países invadidos que actuaron desde la Resistencia.
El costo en vidas humanas y la destrucción que provocó el holocausto fueron enormes, la falta de inteligencia y la mezquindad de las principales potencias fueron responsables de este drama. Sin embargo parece que la historia no ha enseñado nada.
Por nuestra parte creemos que es muy poco tiempo para que los judíos hayamos podido borrar la marca del trauma, las huellas de la angustia y el temor y es por eso que estamos evocando Auschwitz y a sus muertos haciendo nuestras las palabras del escritor Vladimir Jankelevitch: “los innumerables muertos, los masacrados, los torturados, los pisoteados, los ofendidos son asunto nuestro ¿quién hablaría de ellos sino hablásemos nosotros? ¿Quién, incluso, pensaría en ellos? En la universal amnistía moral desde hace mucho otorgada a los asesinos, los deportados, los fusilados y los masacrados ya sólo nos tienen a nosotros para pensar en ellos. Si dejásemos de pensar en ellos, acabaríamos de exterminarlos y serían definitivamente aniquilados…”
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