Los radicales se nutren de la frustración colectiva provocada por años de política nacionalista y de promesas, que sólo han conducido al estancamiento y a la falta de expectativas de futuro.
Pero las experiencias democráticas no están dando resultados óptimos. Hace ya algunos años unas elecciones libres permitieron a los islamistas ganar en Turquía y Argelia, dando paso a una intervención militar y a una guerra civil. Ahora los radicales son más prudentes y siguen una política gradual. En Marruecos y en Egipto se presentaron sólo a un tercio de los distritos, dejando claro su poder pero evitando, por ahora, un enfrentamiento.
En Palestina, un enclave especialmente sensible por estar en curso un proceso de paz, se considera posible que Hamas gane las próximas elecciones parlamentarias, algo inimaginable meses atrás.
El descrédito de Al Fatah, su corrupción e incompetencia, están detrás del éxito de la versión palestina de los Hermanos Musulmanes. Ni aceptan la democracia parlamentaria, una imposición de “cruzados y judíos”, ni mucho menos la existencia de Israel.
El mundo árabe debe avanzar hacia la democracia, porque la dignidad y el bienestar de las personas lo requieren y porque es el mejor antídoto contra el fanatismo. Pero la convocatoria de elecciones libres no debe ser entendida como una fórmula mágica, sino como parte de un proceso general de modernización.
Hay que avanzar al mismo tiempo en la lucha contra la corrupción, el reconocimiento de los derechos de la mujer, una enseñanza seria, unos mercados más abiertos… De otra forma será sólo la válvula de escape de toda esa frustración contenida y el medio del que se valdrán los islamistas para alcanzar el poder.
En Palestina el margen de maniobra es limitado, porque la ausencia de Estado requiere de procesos electorales que legitimen las nuevas instituciones. Sólo nos queda mantenernos firmes en el rechazo a los radicales y vincular las ayudas a los progresos reales en la construcción de una sociedad democrática.
Pero en otros estados conviene desarrollar estrategias más graduales, que permitan a los ciudadanos comprender, claramente, que sí tienen una alternativa a la decadencia económica y moral, y que pueden construir una sociedad más libre y más justa.
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