No es la primera vez que la DAIA trata de obstaculizar la acción del AJC. Entre muchas, puedo mencionar la conducta de Beraja y su equipo directivo y ejecutivo en 1992, cuando hicimos -bajo el copatrocinio de la DAIA- un estudio de opinión pública sobre «Argentine Attitudes Toward Jews» (la mejor traducción es la “actitudes argentinas hacia los judíos”) técnicamente desarrollado por el autorizado, y prematuramente desaparecido, sociólogo Eduardo Catterbeg y su asociada Nora Vanoli.
Habían convenido en presentar la versión en castellano en una conferencia de prensa que fue cancelada sin explicación alguna. En cambio tuvimos, esa noche, una sesión conjunta con el Consejo Directivo y para nuestra sorpresa resultó que sus miembros habían recibido el estudio ese mismo día y, en consecuencia, no tuvieron tiempo de pronunciarse.
Sí se realizo la entrevista con el Presidente Menem y cuando Beraja vio que yo tenía una copia del trabajo original con membrete del estudio Catterberg me pidió que de ninguna manera se lo entregara ya que Catterberg trabajaba para Angeloz y ello podría resultar ofensivo.
Esa tarde me reuní con Corach a su pedido y para mi sorpresa tenía, sobre su escritorio, una copia de la versión en castellano del estudio realizado por Catterberg.
Le pregunté cómo la había conseguido y respondió que se lo pidió a Beraja quien se lo había enviado.
La delegación del AJC, que había viajado con el propósito de presentar ese estudio, se sintió ofendida y prefirió no hacer público el episodio ya que ello presentaría -ante la opinión pública- un juego ridículo y vergonzoso de la institucionalidad judeo argentina.
En cambio, el entonces Cónsul argentino en New York, luego embajador en Rusia y posteriormente en las Naciones Unidas -el doctor Arnoldo Listre-, ofreció al AJC hacer un acto en el Consulado para dar a conocer el trabajo en cuestión. A tal fin invitaron a los profesores Floria, Waisman (Universidad de California) y Catterberg para presentar y comentar el estudio. Sucede que este trabajo mostraba un índice mayor de aceptación de los judíos que los trabajos y estudios previos.
Tal vez la DAIA prefería no hacer público ese resultado. Lo ignoro, pero lo que sí recuerdo es que en varias oportunidades esta institución se sintió agraviada cuando alguna opinión periodística formulaba una critica a sus funciones.
Dos casos que no habré de olvidar son los protagonizados por un magnífico ser humano, un judío integral que escribió, en el “Idische Tzaitung”, un editorial en el que se preguntaba: «si no hubiera antisemitismo ¿de qué se ocuparía la DAIA?». Waszerzug era el apellido de este hombre injustamente agraviado en represalia. También sucedió con otro insigne periodista y escritor sefardí, el batallador Nissim Elnecavé, quien fuera víctima de una campaña de desprestigio y pretendida descalificación. Varios de sus amigos integramos un comité en su apoyo, curiosamente del que fue parte -y si bien recuerdo, también presidido- su correligionario Rubén Beraja.
En fin, hay una larga historia para escribir que muchos de nuestros historiadores pasaron por alto. Yo estoy tratando de hacerlo refiriéndome a la legalidad versus la legitimidad de la autoridad institucional judía. Y ojalá haya podido cumplirlo con estos ejemplos.